bergoglio crea su propia sala de prensa


Papa in aereo


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Si es Usted de aquellos a los cuales sobre el episodio aquel de la reciente visita de Francisco al Hospital Gemelli de la cual inicialmente nos dijeron que era para unos exámenes previamente programados, luego nos dijeron que tenía bronquitis pero al día siguiente lo vimos visitando, sin portar mascarilla, el ala de niños con cáncer, y con el curso de los días supimos que él mismo había dicho a un amigo que “casi no la cuenta” porque llegó sin conciencia al hospital, le parece que no nos dijeron la verdad, pues aquí un artículo de Sandro Magister en su blog Settimo Cielo, Abr-26-2023, que sirve para entender qué es lo que sucede con las comunicaciones en el Vaticano, particularmente por cuanto se refiere a Francisco, sus dichos, hechos y omisiones voluntarias.

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Al partir el 28 de abril hacia Budapest, Francisco no hará faltar por cierto los dos momentos de mayor impacto mediático de cada uno de sus viajes: la rueda de prensa en el avión de regreso a Roma y la conversación con los jesuitas locales, celebrada a puerta cerrada pero transcrita y publicada posteriormente por “La Civiltà Cattolica”.

En ambos casos, como siempre, hablará libremente, de lo que quiera y sin cortapisas, ni siquiera respecto a lo que haya dicho anteriormente, que no temerá cambiar o contradecir si le parece oportuno, como ha hecho en varias ocasiones. Corresponderá simplemente a las oficinas vaticanas transcribir y dejar constancia, en ese gigantesco y desordenado depósito de palabras habladas y escritas que constituirá para los historiadores futuros el “magisterio” del papa Jorge Mario Bergoglio.

Un “magisterio” en el que hay de todo. Y demasiado. Tanto que los minuciosos encargados de archivar sus discursos han tenido que recortar y eliminar desde hace tiempo al menos algunos excesos, frases groseras, palabrotas propias de un suburbio de mala fama.

Hasta hace unos meses era una práctica habitual de los archiveros papales publicar todo lo que decía Francisco. Cuando recibía a personas o grupos dejaba a un lado el discurso preparado por las oficinas y hablaba de improviso, todo quedaba entonces registrado ya que se ponía en las actas, tanto el discurso no pronunciado como las palabras realmente dichas.

Y esto incluso cuando publicar todo era poco elegante, por ejemplo el pasado 24 de octubre, cuando al recibir a seminaristas y sacerdotes que estudian en Roma y responder a una inocente pregunta sobre el mundo digital, el Papa se permitió una enfática digresión sobre el vicio de mirar imágenes pornográficas, como si fuera un vicio de todos los sacerdotes y seminaristas presentes y ausentes, y además también de las monjas y las almas consagradas.

Pero el 10 de diciembre siguiente a alguien en el Vaticano le pareció que se había colmado la medida, porque al dar una audiencia a seminaristas y educadores en Barcelona, también desestimando en esa ocasión el texto escrito porque era “aburrido”, Francisco fue más allá del límite de lo publicable, adjetivando a arribistas y trepadores con insultos descalificadores.

Y no sólo eso. Hablando siempre en forma improvisada, se dice que el Papa habría ordenado, en la confesión sacramental, perdonar todo y siempre, “aunque veamos que no hay intención de arrepentimiento y enmienda”. Anteriormente, había tratado como “delincuente” al confesor que no absuelve.

El hecho es que no se publicó nada oficialmente de este discurso improvisado de Francisco, al que luego se refirieron los numerosos presentes. Y así se hizo también en otras ocasiones posteriores, la última el 17 de abril, en la audiencia concedida por el Papa a la Comunidad de las Bienaventuranzas.

También la Secretaría de Estado se ha sentido obligada desde hace algún tiempo a poner un límite a las intemperancias verbales de Francisco.

Hasta el verano de 2020 era habitual anticipar unas horas antes a los periodistas acreditados en la sala de prensa vaticana las palabras que el Papa pronunciaría en el Ángelus dominical, incluido el apéndice final, a menudo con referencias a la actualidad y a cuestiones de política internacional.

Pero el 5 de julio de ese año sucedió que pocos minutos antes del mediodía los periodistas fueron advertidos de que las quince líneas finales del texto que se les había distribuido no serían leídas por el Papa, como efectivamente ocurrió.

Eran líneas bien calibradas, las primeras que Francisco dedicaría a la pérdida de libertad en Hong Kong, que hasta entonces siempre había callado. Dadas a conocer posteriormente por diversos órganos de prensa, agravaron aún el posterior silencio del Papa.

De ahí la decisión, para evitar nuevos incidentes, de no anticipar más a partir de entonces las palabras finales del Ángelus a la prensa, sino sólo los comentarios al Evangelio del día.

Al reformar la Curia romana a su manera, Francisco instituyó un dicasterio cuya tarea sería precisamente ocuparse de la comunicación, con dos periodistas laicos de prestigio al frente: Paolo Ruffini y Andrea Tornielli.

Pero Bergoglio nunca ha mostrado una especial predilección por los canales de comunicación oficiales.

Las poquísimas veces que visitó el periódico “L’Osservatore Romano” humilló a sus redactores, desde el director Andrea Monda hacia abajo, con bromas despiadadas sobre el exiguo número de ejemplares vendidos. Y en diez años sólo ha concedido al “periódico del Papa” una de sus innumerables entrevistas a diestra y siniestra. Una entrevista, además, en un tono tenue, recortada por su prefacio a un libro sobre San José, que no fue ni podía ser mínimamente una noticia.

Francisco tampoco se vincula siquiera con la sala de prensa de la Santa Sede. El pasado 29 de marzo, cuando el Papa ingresó al hospital, un comunicado oficial telegráfico se limitó a decir que había acudido allí “para unos controles previamente programados”.

Pero una vez alejado el peligro, fue el propio Francisco en persona quien dijo algo completamente distinto. Primero a los periodistas a la salida del hospital: “Sigo vivo”. Pero después con algunos detalles más en una llamada telefónica -la nonagésima en diez años- a un amigo suyo llamado Michele Ferri, quien contó a un periódico estas palabras textuales del Papa: “La pasé mal. Llegué inconsciente al hospital. Unas horas más y no sé si la llegaba a contar”.

No sorprende entonces que se considere no hay una, sino dos salas de prensa presentes y activas en el Vaticano: una, la de la Santa Sede, y la otra la de Santa Marta, esta última administrada personalmente por el Papa.

En efecto, la desmesurada cantidad de entrevistas que Francisco concede a los más variados periódicos no pasa en absoluto por el filtro del Dicasterio para la Comunicación. A lo sumo, se ocupan de ello quienes forman parte del restringido círculo íntimo del Papa, desde monseñor Dario Viganò hasta don Marco Pozza. O simplemente el Papa se encarga él mismo.

“L’Osservatore Romano” y otros canales oficiales como Vatican News sólo pueden intervenir a posteriori. Por ejemplo, con un extracto de los 83 minutos de la conversación de Francisco con una docena de jóvenes de todo el mundo emitido el 5 de abril en la plataforma de streaming Disney Plus, grabado meses antes en un estudio de cine del suburbio romano de Pietralata. Una conversación surrealista, presionada por preguntas descaradas y a menudo hostiles, con una interlocutora que dice vender vídeos pornográficos “para valorizarse más y estar mejor con su hija”, y con el Papa que sigue el juego y aconseja no tener miedo de pedir dinero al Vaticano para ayudar a alguien: “Tú pide, yo les digo, ¡que muchos aquí adentro roban todos! Así que sé dónde se puede robar y te enviaré el dinero”.

Un bizarro y personal canal de comunicación ha creado también Francisco con Rusia, a través de un administrador de confianza tanto del Patriarca de Moscú, Cirilo, como de Vladimir Putin, llamado Leonid Sevastyanov. Es este último quien hace públicas las palabras del Papa que recoge en reuniones o en intercambios de cartas. Sin una desmentida jamás, ni siquiera cuando reveló que Francisco, a la vuelta de su viaje a Mongolia programado en septiembre, quiso hacer una parada en el extremo oriental de Rusia, en Vladivostok, para visitar el Parque Nacional para la protección de los leopardos, a uno de los cuales ya ha dado el nombre de Martín Fierro, el “gaucho” protagonista del poema argentino del mismo nombre…

Francisco también utiliza Twitter, con 53 millones de lectores. Pero desde hace unos días su cuenta está en el punto de mira de Elon Musk, amo de la red, que le ha retirado el certificado de autenticidad. A menos que pague y se ponga en regla. Es un castigo que también ha golpeado a otras celebridades, desde el patriarca Cirilo al ayatolá Jamenei, pasando por Donald Trump.

“Esperando conocer las nuevas políticas de la plataforma, la Santa Sede confía en que incluyan la certificación de la autenticidad de las cuentas”, fue el comentario del Vaticano, no está claro si desde la sala de prensa o desde Santa Marta.

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