Consejos de Jesús a a sus sacerdotes



(…)Vosotros debéis no admirar sino amar al que es infeliz espiritualmente. Cuanto más uno esté sucio y alejado de Mí, más debéis ser vosotros para él padre y luz. Ninguna repugnancia, ningún cansancio, ningún abandono, ningún miedo os está permitido. Debéis inclinaros sobre todas las miserias. Las debéis buscar para curarlas. Las debéis amar para llevarlas al Amor. Rechazados, volved al asalto; ridiculizados, aumentad vuestra caridad. Servios de las cosas humanas para llevar a las almas a las sobrenaturales.

¿Y os debo enseñar Yo las suaves astucias del amor? ¿No habéis tenido nunca un padre, una madre, hermanos, junto a los cuales habéis conquistado un amor cada vez mayor? Vuestros fieles son para vosotros hijos. ¡Oh! ¡cuánto estudia un padre para hacerse amar por un hijo! El hijo es aún un niño y el padre, cansado por el trabajo, se inclina sobre la cuna y repite las dulces palabras para después oírselas decir de su boquita inocente. Es un niño, y el padre se curva para enseñar al pequeño a dar los primeros pasos, y le muestra las flores y las estrellas, educa la mente a las primeras sensaciones, a los primeros pensamientos.

Aunque fuera un torpe, un retrasado, el padre se esfuerza por abrir la mente del hijo. Aunque fuera un caprichoso indómito, con mil astucias trata de cambiarle el corazón.

Y ¿vosotros? ¿Por qué no tenéis entrañas de padre para vuestros hijos espirituales? ¿Son ateos? No importa. ¿Son lujuriosos? No importa. ¿Son cloacas de vicios? No importa. Orad y atreveos. Hoy, mañana, y todavía pasado mañana, y siempre, siempre, sin cansaros.

Muchas veces basta saber mirar a un alma con mirada de verdadero amor para conquistarla. Muchas veces las almas no son tan malvadas como creéis. Están disgustadas, enfermas, avergonzadas. Disgustadas de lo que el mundo, y entre ellos el clero, ha sentido hacia ellas. Enfermas porque Satanás ha dominado su debilidad. Avergonzadas de estar enfermas. Desean ser curadas, pero se avergüenzan de confesar sus enfermedades.

Dadles lo que no han tenido: amor santo. Id a su encuentro. Persuadidles para que se abran sin vergüenza. Son flores reacias. Pero si les calienta el amor se abren.

¡Oh! ¡santos rocíos y benditos rayos que vosotros, sacerdotes, atraéis con vuestro sacrificio sobre las almas! Arrepentimientos y redenciones que les hacen hijos de Dios. Sacramentos y gracias que vosotros infundís y que os santifican a vosotros y a ellos. Benditos seáis por esta obra, oh siervos fieles que cuidáis mi mies y mi viña. y también benditos si os inclináis sobre las hierbas salvajes nacidas fuera de mi viña.

Hijos, no hay que dejar la patria para ser misioneros. Europa, el mundo, todo es tierra de misiones porque el hombre se ha vuelto idólatra y hereje. En verdad os digo que, por caridad hacia la patria, habría que labrar la tierra natal antes que las demás, porque de una patria cristiana procede el bienestar de la patria, ¿y ahora dónde están las naciones cristianas?

Mirad a vuestro alrededor. ¿Qué veis? Montones de ruinas y montones de víctimas. ¿Quién las ha hecho? ¿Uno? ¿Dos? ¿Cuatro individuos? No. Ellos son los agentes, los ministros del Mal que les utiliza como un rey 'despótico. Pero ellos son así porque les han dejado ser las poblaciones sobre las que imperan, encontrando en ellos el mayor exponente de sus propios sentimientos. De un pueblo privado de Dios -y ahora los pueblos están privados de Dios porque se lo han arrancado del alma sustituyéndolo por la carne, el dinero y el poder- germinan las cobras que matan por la triple hambre que les azuza Satanás.

Es inútil decir: "Ellos fueron la causa del mal actual". Decid todos, digo todos, comprendidos vosotros sacerdotes: "Fuimos nosotros", y seréis sinceros.

Ahora es más duro el trabajo en el campo baldío. Pero actuad. Volved a ser como mis primeros apóstoles. Volved a ser los héroes del sacerdocio que es la única milicia santa. Cumplid todo vuestro deber hasta la inmolación. Que si después las gentes se obstinan en perderse Yo proveeré. Vosotros recibiréis vuestro premio de todas formas, aún si venís a Mí con los brazos, rotos por el fatigoso trabajo, cargados con pocas espigas. ,

Pero, os lo ruego -y soy Dios- no os hagáis culpables de desamor. No perdono la falta de caridad. Es negación de Dios».


Cuadernos Valtorta 1943