El viaje papal a Argentina. Político, no Pastoral



En esta última semana que transcurrió se conocieron, por boca directa del actual Pontífice, la posibilidad de que Francisco-Jorge Mario Bergoglio visite por primera vez la Argentina, después de haber sido elevado a la sede petrina en 2013. Una visita que se pensaba que iba a hacerse realidad en los primeros tiempos de su pontificado, pero que se fue postergando, hasta alcanzar ya los diez años de su no-presencia en Argentina. Una postergación que nunca conoció una explicación convincente oficial del no-viaje de Bergoglio a su país natal, teniendo en cuenta que san Juan Pablo II había viajado menos de un año después de haber sido elegido Papa a Polonia (2 al 10 de junio de 1979), con uno de los gobiernos comunistas más leales a la entonces Unión Soviética -totalmente hostil a la Iglesia Católica. 


Por su parte, Benedicto XVI viajó oficialmente en visita pastoral a Alemania un año y cinco meses después de ser Papa (9 al 14 de setiembre de 2006), aunque antes había viajado a su patria natal, por muy pocos días (del 18 al 21 de agosto), pero en el marco circunscripto a la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud llevada a cabo en Colonia, programada desde el año 2004 por Juan Pablo II, 8 meses antes de su fallecimiento. 


Nunca se supo por qué Francisco-Bergoglio no quiso viajar a la Argentina, a pesar del hecho de que en dos oportunidades visitó los países limítrofes: Ecuador, Bolivia y Paraguay (5 al 13 de julio de 2015), Chile y Perú (15 al 22 de enero de 2018). No ha sido por problemas de agenda como se dijo muchas veces informalmente, ya que bien se sabe que cuando toma sus decisiones el obispo de Roma lo hace en forma absolutamente individual, salteando o deja de lado protocolos, agendas, programas, decisiones institucionales, etc. Es evidente que si hasta ahora no había viajado a Argentina en calidad de Papa es porque nunca quiso hacerlo… hasta ahora. Aunque no hay confirmación oficial, y pese a la duda de muchos, esta vez parecería que el año próximo el pontífice va a visitar su país natal, nuestra Argentina. 


Contra lo que podría esperarse, la noticia no ha causado ningún revuelo ni ha despertado gran alegría o entusiasmo en la feligresía católica, como podría haber sucedido al comienzo de su pontificado. En primer lugar, porque el tiempo transcurrido desde la elección del Papa argentino perjudica en principio la novedad, ya que el ejercicio del poder llevado a cabo por nuestro compatriota ha abierto resquemores, en algunos casos perplejidades -al igual que a nivel de la Iglesia universal-, al constatarse que en el interior de la Iglesia argentina hay “hijos de primera e hijos de segunda”, más allá de la “sinodalidad”, el “diálogo”, el “discernimiento”, el “misericordiando”, la “ternura”, la “fraternidad”, tal como lo han comprobado algunas Comunidades religiosas tradicionales y algunos Obispos no progresistas, todos ellos fieles a la Tradición y a la Ortodoxia católicas. 


Obispos delincuentes y pervertidos que han contado hasta el último minuto con la protección cómplice del pontífice, al mismo tiempo que hubo obispos fieles a Cristo y a la Iglesia a quienes se les aceptó la renuncia presentada a horas o días de haber llegado al límite de edad para seguir en el cargo, porque no formaban parte del círculo áulico de amigos pontificales. Lo mismo que ocurrió a Comunidades y movimientos religiosos que profesan la Fe en plena ortodoxia y se mantienen fieles a la Tradición litúrgica latina, pero que se han visto limitados o anulados en su vida religiosa, por motivos canónicos no siempre claros. O el cierre o disolución de Seminarios de sólida formación doctrinal y teológica, porque “descuidaban o dejaban de lado la pastoralidad”. 


O la apertura de templos, iglesias y basílicas para “incluir” a abortistas, militantes LGTB, seudo matrimonios homosexuales, al mismo tiempo que se negaba el permiso en esos mismos recintos sagrados para celebrar la Misa en latín. 


En síntesis: también en Argentina se sintió el ejercicio de poder faccioso que aplicó Bergoglio en la Iglesia universal -progresismo vs. Tradición- que ha desembocado en un hecho llamativo: hoy la Iglesia argentina es un híbrido, con poco o nulo peso y presencia en la vida nacional, prácticamente una ONG que se nutre de buenas intenciones, y nada más. En medio de una crisis descomunal que padece el país a todo nivel, y que no ofrece ningún horizonte de esperanza inmediata o mediata. En este contexto, la gran pregunta que plantea el posible viaje de Bergoglio a Argentina es si será una visita predominante pastoral o con intenciones políticas de coyuntura. 


El interrogante surge no sólo por el hecho de que públicamente el pontífice ha mostrado marcada simpatía por sectores y personalidades de la fuerza política gobernante, de clara tendencia social-demócrata globalista, que impulsa interna y externamente la Agenda 2030 de Naciones Unidas y el Foro Económico Mundial, lo cual incluye la promoción e implementación de las políticas de control de la natalidad, de perspectiva de género y de subordinación a las locuras sanitarias impuestas por la Organización Mundial de la Salud, para exclusivo beneficio del poder plutocrático financiero globalista que se ha adueñado de la riqueza natural del país. Un dato muy poco conocido, pero que hay que tener muy en cuenta, es el aportado por el periodista y político radical Rodolfo Terragno, quien en un artículo publicado el 15 de enero en un importante diario argentino dio a conocer, basado en fuentes de confianza, que el verdadero artífice de la fórmula presidencial que se impuso en las elecciones del año 2019 y que hasta hoy “gobierna” la Argentina no fue la actual vicepresidente, sino el papa Francisco, quien aconsejó y ayudó a plasmar a través de operadores políticos afines a él que Alberto Fernández y la señora Cristina Kirchner dejaran de lado la enemistad que los tenía enfrentados para unir fuerzas e impedir que la experiencia “neoliberal” -por llamarla de alguna manera- de las fuerzas políticas nucleadas alrededor del entonces presidente Mauricio Macri continuara gobernando en Argentina. 


Por otro lado, un importante analista y politólogo argentino, Ignacio Zuleta Puceiro, ha publicado días pasados un artículo en el que analiza la posible visita del papa Francisco a Argentina en clave casi exclusivamente política. Según su punto de vista, el viaje papal tiene como objetivo “remediar la discordia irreconciliable” que hoy enfrenta a las dos principales fuerzas políticas -oficialismo y oposición-, para forjar un acuerdo nacional que permita recorrer en los próximos años un camino que se presenta amenazante y en principio con consecuencias catastróficas para la gran mayoría de la población argentina . 


Consecuencias catastróficas no sólo económicas, sino sociales, culturales, anímicas y espirituales, más graves todavía, pero sin una dirigencia a la vista que posea las cualidades morales y espirituales que les permita asumir la responsabilidad de gobernar en beneficio del pueblo, no a favor de sus mezquinas ambiciones personales. 


En este contexto, habrá que ver si nuestro compatriota en Roma se anima a venir a la Argentina, porque él también es responsable en parte de esta debacle nacional que parece no tener fin. Y quizás perciba que el desafío de forjar unidad lo que excede, ya que la experiencia ha demostrado hasta ahora que ha sido especialista en dividir y separar, más que mantener una unidad en la diversidad, como se encarga de pregonar permanentemente pero sin haberla forjado nunca en su larga carrera sacerdotal.



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