Lo que obró el pequeño Rey Jesús en mi seno materno —Piccarreta



La Virgen María:


(…) quiero decirte lo que obró el pequeño Rey Jesús en mi seno materno, y como tu Mamá no perdió ni siquiera un respiro del pequeño Jesús.

Ahora hija mía, la pequeña Humanidad de Jesús iba creciendo unida hipostáticamente con la Divinidad, mi seno materno era estrechísimo, oscuro, no había resquicio de luz, y Yo lo veía en mi seno materno inmóvil, envuelto dentro de una noche profunda. ¿Pero sabes tú quién formaba esta oscuridad tan intensa al infante Jesús? La voluntad humana, en la cual el hombre voluntariamente se había envuelto, y por cuantos pecados cometía tantos abismos de tinieblas formaba alrededor y dentro de sí, de modo que lo dejaba inmóvil para hacer el bien. Y mi amado Jesús para poner en fuga las tinieblas de esta noche tan profunda, en la que el hombre se había vuelto prisionero de su misma voluntad tenebrosa, hasta perder el movimiento para hacer el bien, escogió la dulce prisión de su Mamá y voluntariamente se ofreció a la inmovilidad de nueve meses.

Hija mía, si tú supieras cómo mi materno corazón era martirizado al ver al pequeño Jesús en mi seno, inmóvil, llorar, suspirar, su latido ardiente palpitaba fuertemente, y delirando de amor hacía sentir su latido en cada corazón para pedirles por piedad sus almas para encerrarlas en la luz de su Divinidad, porque Él por amor de ellos, voluntariamente había cambiado la luz por las tinieblas, a fin de que todos pudieran obtener la verdadera luz para ponerse a salvo.

Hija mía queridísima, ¿quién puede decirte lo que sufrió mi pequeño Jesús en mi seno? Penas inauditas e indescriptibles. Estaba dotado de plena razón, era Dios y Hombre, y era tanto su amor que ponía aparte los mares infinitos de alegrías, de felicidad, de luz, y sumergía su pequeña Humanidad en los mares de tinieblas, de amarguras, de infelicidad, de miserias, que le habían preparado las criaturas, y el pequeño Jesús se las ponía todas sobre sus espaldas como si fueran suyas.

Hija mía, el verdadero amor jamás dice basta, no mira las penas, y por medio de penas busca a aquél que ama; y sólo está contento cuando pone su vida para dar nuevamente la vida a aquél que ama.

Hija mía, escucha a tu Mamá, ¿ves qué gran mal es hacer tu voluntad? No sólo preparas la noche a tu Jesús y a ti, sino que formas mares de amargura, de infelicidad y de miseria, en los cuales quedas tan arrollada que no sabes cómo salir de ellos. Por eso sé atenta, hazme feliz al decirme: “Quiero hacer siempre la Divina Voluntad”.

Ahora escucha hija mía, el pequeño Jesús, penando de amor está en acto de apresurarse para salir a la luz del día, sus ansias, sus suspiros ardientes y deseos porque quiere abrazar a la criatura, hacerse ver, mirarla para raptarla a Sí, no le dan más descanso, y así como un día se puso de centinela a las puertas del Cielo para encerrarse en mi seno, así está en acto de ponerse como centinela a las puertas de mi seno, que es para Él más que Cielo.

Y el Sol del Verbo Eterno surge en medio al mundo y forma su pleno mediodía. Así que para las pobres criaturas no habrá más noche, ni alba, ni aurora, sino siempre Sol, más que en la plenitud del mediodía. Tu Mamá sentía que no lo podía contener más dentro de Mí, mares de luz y de amor me inundaban, y así como dentro de un mar de luz lo concebí, así dentro de un mar de luz salió de mi seno materno. Hija querida, para quien vive de Voluntad Divina todo es luz y todo se convierte en luz, entonces en esta luz, Yo, raptada esperaba estrechar entre mis brazos a mi pequeño Jesús, y en cuanto salió de mi seno escuché sus primeros gemidos amorosos, y el ángel del Señor me lo entregó entre mis brazos y Yo lo estreché fuertemente a mi corazón y le di mi primer beso, y el pequeño Jesús me dio el suyo.

Por ahora basta, mañana te espero de nuevo para seguir la narración del nacimiento de Jesús.


Luisa Piccarreta

La Virgen María en el reino de la Divina Voluntad