Lección de María a Luisa Piccarreta



Lección de la Madre Reina:

Hija mía queridísima, el corazón de tu Mamá hoy está lleno de amor y de dolor, tanto que no puedo retener el llanto, tú sabes que la venida de los reyes magos dejó rumores en Jerusalén al preguntar por el nuevo Rey, y el impío Herodes por temor de ser derribado del trono, ha dado ya la orden de asesinar a mi dulce Jesús, mi querida vida, junto con todos los otros niños.

Hija mía, ¡qué dolor! Aquél que ha venido a dar la vida a todos y a traer la nueva era en el mundo, era de paz, de felicidad, de gracia, ¡lo quieren matar! ¡Qué ingratitud, qué perfidia! ¡Ah hija mía, hasta dónde llega la ceguera de la voluntad humana! Hasta volverse crueles, hasta atar las manos al mismo Creador y volverse dueña de Aquél que la ha creado. Por eso compadéceme hija mía, y trata de calmar el llanto al dulce Niño. Él llora por la ingratitud humana, que apenas nacido lo quieren muerto, y para salvarlo estamos obligados a huir. Ya el querido San José ha sido avisado por el ángel de partir rápido a tierras extranjeras. Tú acompáñanos hija querida, no nos dejes solos, y Yo continuaré dándote mis lecciones sobre los graves males de la voluntad humana.

Ahora, tú debes saber que en cuanto el hombre se sustrajo de la Divina Voluntad rompió con su Creador. Todo había sido hecho por Dios en la tierra, todo era suyo, y el hombre con no hacer el Querer Divino perdió todos los derechos, y se puede decir que no tenía a dónde ir, así que se convierte en el pobre exiliado, el peregrino que no podía poseer habitación permanente, y esto no sólo en el alma, sino también en el cuerpo; todas las cosas se volvieron mudables para el pobre hombre, y si alguna cosa le quedó, fue en virtud de los méritos previstos de este celestial Niño, y esto porque toda la magnificencia de la Creación fue destinada por Dios para darla a aquellos que habrían hecho y vivido en el Reino de la Divina Voluntad. Todos los demás, si toman a duras penas alguna cosa, son los verdaderos ladrones de su Creador, y con razón, ya que quieren los beneficios de la Divina Voluntad sin querer primero hacer la Divina Voluntad.

Ahora hija querida, escucha cuánto, Yo y este querido Niño te amamos, que a los primeros albores de la vida se va al exilio y a tierra extranjera para liberarte del exilio en el cual te ha puesto el querer humano, para llamarte a vivir, no en tierra extraña, sino en la patria que te fue dada por Dios cuando fuiste creada, esto es, en el Reino del Fiat Supremo. Hija de mi corazón, ten piedad de las lágrimas de tu Mamá y de las lágrimas de este dulce y querido Niño, porque llorando te rogamos no hacer jamás tu voluntad, sino que regresa, te rogamos, te suplicamos, al seno de la Divina Voluntad que tanto te suspira.

Ahora hija querida, entre el dolor de la ingratitud humana, entre las inmensas alegrías y felicidad que el Fiat Divino nos daba, y entre la fiesta que toda la Creación hacía al dulce Niño, la tierra reverdecía y florecía bajo nuestros pasos para dar homenaje a su Creador. El sol lo fijaba e inundándolo con su luz se sentía honrado de darle su luz y calor; el viento lo acariciaba; los pajaritos, casi como nubes bajaban en torno a Nosotros, y con sus trinos y cantos hacían los más bellos arrullos al querido Niño, para calmarle el llanto y conciliarle el sueño. Hija mía, estando en Nosotros la Divina Voluntad teníamos el dominio sobre todo.

Más tarde llegamos a Egipto, y después de un largo periodo de tiempo, el ángel del Señor avisó a San José que regresáramos a la casa en Nazaret porque el impío tirano había muerto. Y así regresamos a nuestra tierra natal.

Ahora, Egipto simboliza la voluntad humana - tierra llena de ídolos. Y por donde pasaba el Niño Jesús, echaba por tierra estos ídolos y los metía en el infierno. ¡Cuántos ídolos posee el querer humano! Ídolos de vanagloria, de estima propia y de pasiones que tiranizan a la pobre criatura, por eso presta atención, escucha a tu Mamá, que con tal de que no hagas jamás tu voluntad, haría cualquier sacrificio, y daría incluso mi vida para darte el gran bien de que tú vivas siempre en el seno de la Divina Voluntad.


Luisa Piccarreta

La Virgen María en el reino de la Divina Voluntad