En favor de la Misa de espaldas al pueblo

Adelante la fe , por el Padre Richard G. Cipolla, Ph.D., D. Phil. (Oxon.)Resultado de imagen para misa catolica

En una de mis muchas estancias en Italia me di cuenta de que muchos de los coches de bebé estaban construidos de tal manera que el bebé se sentara de frente a su madre, mientras ella empujara el coche. Esto me pareció extraño, ya que en Estados Unidos el bebé mira en la misma dirección que la madre que está empujando el coche. Cuando le pregunté a una amiga sobre esto, ella me dijo que muchas madres italianas quieren mantener permanente contacto visual con el bebé, desean poder sonreír al niño, y hablarle en su propio lenguaje para así asegurarse de mantener el vínculo entre madre e hijo. La clásica relación madre-hijo se acentúa casi de una manera perversa por la necesidad que siente la madre de enfrentar constantemente cara a cara a su hijo, no sea que el contacto con el mundo exterior, con “el otro”, dañe la relación.

Sin pretender que la analogía anterior sea exacta o completa, afirmaría que la radical innovación – nunca impuesta por el Concilio ni por ningún otro libro litúrgico-  de celebrar Misa con el sacerdote de cara al pueblo, ha transformado el papel del sacerdote en la Misa, de padre que guía a su pueblo para ofrecer el Sacrificio al Padre, en el de madre necesitada de contacto visual, de parloteo litúrgico con el pueblo y a veces de un comportamiento deliberadamente bobo, como si el pueblo fueran párvulos, reduciendo así su rol de sacerdote al de la madre de un infante. Esta reducción de los feligreses a párvulos, forzados a mirar a la madre-sacerdote, les impide ir más allá de él y ver al Dios que está siendo adorado en la presencia del sacrificio cósmico de Cristo.

Para usar otra analogía secular: la Misa de cara al pueblo se reduce a una asamblea de escuela secundaria, donde todo el mundo tiene un papel que desempeñar bajo la dirección del sacerdote como Madre Rectora, que se asegura de que todas las cosas salgan bien. Esto es descrito por algunos liturgistas como la dimensión “horizontal” de la liturgia, en oposición a la dimensión “vertical” que proporciona el sentido de trascendencia. Esto es, en última instancia, discurso vacío, porque supone que la liturgia está bajo el control del sacerdote y los ministros y que una de sus funciones es la de asegurarse de que ambas dimensiones estén presentes y se mantengan, de alguna manera, en equilibrio.

Hay una ausencia de cualquier rastro de sentimentalismo en el rito tradicional (Misa de espaldas al pueblo) , también llamado Forma Extraordinaria y en el uso del latín. Esto se ve en sus colectas y oraciones, que sin sacrificar la belleza del lenguaje, son concisas y van al grano; también se aprecia en sus rúbricas, que impiden que la personalidad del sacerdote introduzca sus propias emociones y preferencias en el rito mismo.

La liturgia es algo dado, nunca hecho. Está ahí para entrar en ella. Este aspecto se ve más claramente en los ritos Orientales, donde el racionalismo y el sentimentalismo nunca han erosionado este sentido de “ser-dada-por-Dios” de la liturgia -por lo que se conoce en el Oriente como “la Divina Liturgia”-. Este ser-dada es como una gran casa que ha sido construida por inspiración del Espíritu a través de los siglos, y que está ahí para entrar en ella.