Juan Manuel Cotelo: mis películas han salvado vidas


Juan Manuel Cotelo, director de cine: «Un día decido que no solo voy a hablar de Dios, sino que voy a intentar trabajar con Dios»

Tienes alguna anécdota de evangelización? ¿Has podido ver frutos de lo que Dios ha hecho en ti?
- Cada día que abro el correo electrónico hay una anécdota, si se puede llamar así. No son anécdotas, son transformaciones reales, que suceden en la vida de las personas, de modos insospechados.
Hay personas que escriben cosas muy bonitas, que han vivido ellos después de ver una de nuestras películas, y no hablan de la película, no dicen: “Me gustó”, “Me lo pasé bien”, “Me la voy a comprar”. No, no hablan de la película, hablan de ellos y cuentan de qué modo, a lo mejor, una simple frase, incluso recuerdo una persona que se quedó con una fotografía que salía en la película, a lo mejor dos segundos, tres segundos…, pues esa fotografía le había pegado a ella. Entonces nos cuentan lo que sucede al salir de la sala de cine o al terminar de ver un DVD o de la forma que lo vea cualquiera.
Es un goteo constante. A veces, nos llaman mucho la atención los casos más llamativos. Los periodistas tenemos ese defecto, y es que nos gusta lo llamativo. Por ejemplo, hace dos o tres meses, me escribió una persona desde Méjico, diciendo: “Yo salí de mi casa para suicidarme, pero en la calle pasé delante de una sala de cine. Había un cartel me llamó la atención y entré a ver la película”. Y escribía justamente al día siguiente: “Su película salvó mi vida”. Bueno, es llamativo, porque se iba a suicidar.
Pero, por ejemplo, recuerdo una nada espectacular, pero pensé: “¿Qué habrá pasado aquí? ¿Qué cosa tan grande habrá pasado aquí en esta persona?”. Que decía -lo recuerdo literalmente-: “Ayer era martes y fui al cine, hoy es miércoles y he ido a misa”, y no decía más el mensaje, no sé si por Facebook o por correo electrónico. Pues detrás de esas palabras, piensas que algo grande ha pasado y no sé qué es, ni necesito saberlo.
Es un goteo permanente, muy entusiasmante. A veces, nos escriben personas que no tienen a nadie cerca que les hable de Jesucristo, y han llegado a nosotros de cualquier forma: buscando por Internet, porque han visto un vídeo, porque han leído un artículo de prensa o por lo que sea. Y entonces nos piden ayuda. Hace poco, una persona, desde Melilla, nos dijo: “Tengo veintiún años, no conozco a ningún cristiano. ¿Me podéis ayudar?”.
Recuerdo un día también, hace seis u ocho meses, el mismo día, dos personas escriben y una tercera que conozco esa misma noche, que me cuentan idéntica historia: “Aborté hace veinte años y, viendo la película “Tierra de María”, recordé lo que había hecho. Sentí unos deseos fuertes de ir a confesar. Y la historia común era: “Y tengo una alegría, una paz, que no la comprendo”. La casualidad era que ese mismo día, esas tres historias -bueno, personas-, han salido del cine y han confesado un pecado de hace veinte años, y que hablan de la alegría que han sentido después de confesar.
Son muchas historias, muchas historias. Creo que al principio nos sorprendíamos mucho de estastransformaciones y hacíamos noticias de ellas. “Fíjate”, y decíamos esta palabra, “¡es increíble, es increíble esta persona!”. Y un día me di cuenta de que lo increíble sería que no sucediera, lo increíble, lo que daría para comentar sería: “¡Oh, es increíble no hay conversiones! Dios está de vacaciones, Dios se ha ido, se le han gastado las pilas, se ha cansado, se ha dormido, se ha aburrido y trabajamos y no hay fruto”. “Yo os envío para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto dure”. Dios a los apóstoles no nos dice: “Tú haz lo que puedas y a lo mejor hay fruto”, a lo mejor sí, a lo mejor no. No, no es así. Te dice: “Mi palabra es eficaz, viva, más penetrante que espada de doble filo”, con lo cual, si tú eres fiel, no te inventas un Jesucristo imaginado por ti. Si tú eres fiel y vas transmitiendo al Jesucristo real, vivo, que conocemos, pues no te puedes extrañar de que haya fruto. Esto no es un billete de lotería, a lo mejor toca a lo mejor no. No, este toca, este toca; incluso cuando tú puedas ver a tu alrededor que puede aparecer estéril, como por ejemplo, morir en la cruz. Ese día parece todo estéril, qué plan más absurdo, ¿dónde está el fruto aquí? ¿Dónde está el fruto aquí? Paciencia, calma. Dios no pierde la batalla, ni cuando por fuera parece todo perdido, espérate tres días, que va a resucitar.
Hay muchas historias de personas que “a priori” con una mirada muy chiquitita, muy a ras del suelo, tacharíamos de que este no es candidato de amar de Dios. “No, a este no..., porque mira lo que hace...”. Paciencia, espérate, espérate, tú reza por él y esa semilla que tú escondes, esa oración, es como una semilla escondida, nadie ve una oración, y a lo mejor, tú mueres sin ver el fruto, pero ninguna oración se pierde, será regada con otra oración, con otra oración y, a su tiempo, dará un melocotón. Pues, hay que confiar, nada se pierde.
A veces, el fruto de esas dificultades es nuestra propia conversión, es decir, yo quiero convertir a esta persona. Bueno, vas mal, vas muy mal encaminado, tú no vas a convertir a nadie. “¡Yo voy a hacer una película para convertir a la gente!”. No vas a convertir a nadie con tu película, a nadie. Esto me lo dijo un sacerdote cuando yo quería convertir al mundo entero. Y me dijo: “Que te quede claro: tú no vas a convertir a nadie, ni a ti mismo. Tú no tienes fuerza para sostener tu alma”. Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Teatro? No. El día que entiendas que Dios lo hace todo, no casi todo, todo, ese día tú empezarás a crecer, empezarás a convertirte, a transformarte y, tal vez, Dios a través de ti transforme a otros, pero como pienses que tú vas a ser santo te vas a estrellar.
Para mí el ejemplo es muy muy claro, muy sencillo; hay dos modos de entregar la vida a Dios. Uno, como hace Pedro, que le dice a Jesús: “Yo (y le pone un YO bien grande en mayúsculas, luminoso) voy a dar mi vida por ti”. Y Jesús le contesta: “¿Que darás tu vida por mí? Tres veces me vas a negar hoy”. Yo le añado: “Para que te quede claro”. Que “yo no he venido a ser servido sino a servir”. “¿Cómo es que tú me vas a servir a mí, si soy yo quien te sirve a ti? Si te dejo sin gracia, tú te vas a caer tres veces”. Y la amenaza va a ser muy sencilla, simplemente que una mujer te va a apuntar con el dedo y te va a decir: “Oye, ¿tú eres amigo de ese?”. “Bueno, yo..., sí, lo conozco, pero amigos no somos”. Esto es muy frecuente hoy en día. Si piensas: “Yo voy a dar la vida por Cristo”, no darás ni esto. La Virgen María no le dice al ángel: “Yo voy a dar, voy a hacer la voluntad de Dios, sí, dile a quien te envía que yo voy a hacer la voluntad del Padre”. Le dice: “Hágase en mí”. Yo que soy la esclava, hágase en mí. El protagonismo no está en el yo, está en lo que Él va hacer en mí. Y entonces dices: “Vale, ahora vas a recibir el Espíritu Santo, ahora sí”. Porque no es que tú te ganes a Dios, sino que le dejes actuar en ti y, por tanto, prescindes del resultado.
Nos obsesionan los resultados, es la cultura del éxito: si tenemos mucha audiencia, si tenemos muchos espectadores, si hablan bien de nosotros, si vemos conversiones... Pero el resultado, primero, es mi propia conversión, mi propia conversión. Y si esas dificultades, esa falta de fruto, me facilitan el camino a la humildad, es decir, al reconocimiento de que yo no puedo, “¡guau!, el fruto ha merecido la pena. Si luego, cuando hay frutos, no le robas a Dios la gloria que le pertenece, sino que reconoces que tú no has conseguido una sola conversión, vale, entonces, puede haber conversiones; y todo el proceso es ese. Es realmente soltar el freno para que Dios actúe, primero en cada uno de nosotros y luego en otras personas, y aplaudir, nos pasamos el día aplaudiendo, alabar a Dios. Aplaudir a Dios es alabar su obra. Pues aplaudamos la acción de Dios en el mundo.
Para ver más programas de “Cambio de Agujas” de H.M. Televisión: