La unidad de la Iglesia está en peligro (Mons Schooyans)

El tesoro de la Iglesia

El Sínodo sobre la familia puso en evidencia –como si hubiese sido necesario- un profundo malestar en la Iglesia. Puede tratarse de una crisis de crecimiento, pero también de debates recurrentes sobre las cuestiones de los “divorciados recasados”, los “modelos de familia”, el papel de la mujer, el control de la natalidad, la gestación subrogada, la homosexualidad, la eutanasia. Es inútil cerrar los ojos: la Iglesia está cuestionada en los fundamentos. Éstos se encuentran reunidos en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de Jesús, en la efusión del Espíritu Santo, en el anuncio del Evangelio por parte de los apóstoles, en la comprensión cada vez más aguda de la Revelación, en el asentimiento de la fe de la comunidad creyente. Jesús ha confiado a la Iglesia la misión de acoger estas verdades, para hacer resplandecer su coherencia, para hacer memoria de ellas. La Iglesia no ha recibido del Señor la misión de cambiar estas verdades ni la misión de reescribir el Credo; es la custodia del tesoro; debe estudiar estas verdades, explicarlas, profundizar su comprensión e invitar a todos a adherirse a él por la fe.
(---)Para ofrecer al mundo la buena noticia que ha venido a traer, el Señor ha querido asociar a su obra a  hombres que escogió para que permanecieran con El y fuesen a enseñar a todas las Naciones (cf. MC 3, 13-19). Estos hombres son testigos de las palabras que recogieron de boca de Jesús mismo y de los signos que Él ha obrado. Estos testigos fueron llamados por el Señor para garantizar, de generación en generación, la fidelidad a la doctrina que Él mismo ha impartido. A ellos compete el deber de profundizar la comprensión de los testimonios que se refieren a Él y de autenticar la tradición.
La enseñanza del Señor comporta una dimensión moral exigente. Esta enseñanza invita ciertamente a una adhesión de razón a la regla de oro, que los grandes sabios de la humanidad han meditado durante siglos. Jesús lleva esta regla a la perfección. Pero la tradición de la Iglesia incorpora preceptos de conducta propios, en cuya cima está el amor a Dios y al prójimo. «En todo traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes: ésta es la Ley y los Profetas "(Mt. 7, 12). Este doble mandato es la referencia básica para el proceder cristiano. Éste está llamado a abrirse a la iluminación del Espíritu, que es amor, y a corresponder a esta iluminación de fe a través del amor (cf. Gal. 5, 6).
Entre éste –el amor– y aquella –la fe– el vínculo es indisoluble. Si -y esto es la enseñanza de la Iglesia- este enlace está roto, la moral cristiana se hunde en diferentes formas de relativismo o escepticismo. Uno llega entonces a conformarse con opiniones fluctuantes y subjetivas. Se establece una brecha entre la verdad y la acción. Ya no hay referencia a la verdad, ni a la autoridad que la garantice. La moral cristiana no es ya dada por Dios a los hombres. Se llega a pensar que el hombre incluso no necesita amar a Dios para salvarse a sí mismo, ni necesita creer en Su amor. Quebrada por una cesura fatal, la moral ve abrirse de par en par la puerta para el legalismo, el agnosticismo y el secularismo. Las reglas de vida enseñadas por los Profetas, por el Señor, por los Padres de la Iglesia poco a poco se van apagando. Predominan a partir de entonces las prescripciones de los especialistas de la ley, herederos de los escribas y fariseos. La moral se convierte así en una forma de positivismo gnóstico reservado para los iniciados. Este conocimiento no encuentra “legitimidad” sino en las decisiones puramente discrecionales de aquellos a los que se concede el privilegio de enunciar una nueva moral, privada de toda referencia  fundamental a la verdad revelada.
En su enseñanza, San Pablo nos invita a evitar las trampas de una moral privada de enraizamiento en la Revelación. Así es cómo exhorta a los cristianos:
"No os conforméis a este siglo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que podáis discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto" (Rm. 12, 2)
"Así que ruego que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento y en todo tipo de discernimiento, para que podáis distinguir siempre lo mejor" (Fil. 1,9 ss; cf. 1 Tim. 5,19-22)

(...)


Poco a poco, gracias a estos casuistas, se marchitarán las reglas de conducta establecidas por la voluntad de Dios y transmitidas por el Magisterio de la Iglesia. Por lo tanto se puede cambiar la calificación moral de los actos. Los casuistas no se conforman con endulzar esta calificación; quieren transformar la propia ley moral. Esta será la tarea de los casuistas, de los confesores, de los directores espirituales, a veces de algunos obispos. Todo el mundo deberá tener la preocupación de agradar. Por lo tanto, debe recurrir a las componendas, adaptar su discurso a la satisfacción de las pasiones humanas: no es preciso rechazar a nadie. La calificación moral de un acto no depende de su conformidad con la voluntad de Dios como nos muestra la Revelación. Depende de la intención del sujeto moral y esa intención puede ser modelada y formada por el director de  conciencia que “acompaña” a sus asistidos. 

A los efectos de agradar, el Director tendrá que aflojar el rigor de la doctrina transmitida por la tradición. El pastor tendrá que adaptar sus palabras a la naturaleza humana, y a que las pasiones conducen naturalmente al pecado. De allí la progresiva supresión de referencias al pecado original y la gracia. Es evidente la influencia de Pelagio (monje de origen bretón, siglo v): el hombre debe salvarse a sí mismo y tomar en sus manos su destino. Decir la verdad ya no es parte del rol del casuista. Estos deben cautivar, presentar un discurso fascinante, hacerle el juego a la salvación fácil, encantar a los que aspiran a "oír novedades” (cf. 2 Tm 4, 3).
En resumen, el eclipse de la moral revelada abre el camino a la inauguración de la casuística y crea el espacio favorable para el establecimiento de un gobierno de las conciencias. Se restringe el espacio para la libertad religiosa, que la Escritura propone a los pequeños hijos de Dios, y que es inseparable de la fe en el Señor.
Entonces debemos examinar algunos ejemplos de los sectores en donde el trabajo de los casuistas de hoy se evidencia con más claridad.
Así, en nombre de la compasión, el divorcio, el aborto y la eutanasia serán también aceptados por la Iglesia

El gobierno de las conciencias

Con la llegada, en la iglesia, de los gobernadores de las conciencias, podemos percibir la proximidad entre la concepción casuística del gobierno de la ciudad y la concepción que se encuentra, por ejemplo, en Maquiavelo, en La Boëtie o en Hobbes. Sin decirlo o sin darse cuenta, lo neo-casuistas son en todos los aspectos herederos de estos maestros del arte de gobernar a los siervos, arte que se encuentra en los autores citados.
El dios mortal, el Leviatán, determina lo que es correcto y lo que es bueno; decide lo que las personas deben pensar y querer. Él, el Leviatán, es quien señorea la conciencia, el pensamiento y la acción de todos sus súbditos. No debe rendir cuenta a nadie. Debe dominar las mentes de sus súbditos y establecer el “bien” que se debe perseguir y el "mal" que debe evitarse. Toda la autoridad política tiene en definitiva su origen en este dios mortal, que es el gobernador de las conciencias. Junto con los tres autores citados, los neo-casuistas se alistan tras los teóricos de la tiranía y del totalitarismo. ¿El ABC del poder totalitario no consiste acaso fundamentalmente en someter las conciencias, y en alienarlas? De esta manera, el casuista ofrece un salvoconducto a cualquiera que quiera establecer una religión cívica única y fácilmente controlable, de modo que las leyes discriminen a los ciudadanos.

¿Adaptar los sacramentos?

Para mantener a todos felices, hay que "adaptar" los sacramentos. Tomemos el caso del Sacramento de la Penitencia. El desinterés del que hoy es objeto este sacramento se comprende por el “rigorismo”  del cual los confesores han dado pruebas desde hace ya tiempo. Esto, al menos, es lo que asegura el casuista. Hoy en día, el confesor debe aprender a hacer que este Sacramento complazca a los penitentes. Pero edulcorando la severidad atribuida a este sacramento, el casuista desvía al penitente de la gracia que Dios concede. La neo-casuística aleja al pecador de la fuente divina de la misericordia, a la que debemos volver.
Las consecuencias de esta desviación deliberada son paradójicas y dramáticas. La nueva moral conduce el cristiano a hacer inútil el sacramento de la penitencia y, por lo tanto, la Cruz de Cristo y su Resurrección (cf. 1 Cor 1, 17). Si este sacramento no es aceptado como uno de los eventos más importantes del amor misericordioso de Dios para con nosotros; si ya no es percibido como necesario para la salvación, pronto no habrá más ordenaciones de obispos o sacerdotes para la absolución sacramental a los pecadores. La escasez y eventual desaparición de la ofrenda sacramental del perdón por el sacerdote llevará a cabo y de hecho ya ha provocado otras desapariciones, incluida la ordenación sacerdotal y la Eucaristía. Y así sucesivamente sucederá con los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo y confirmación), y con la Unción de los enfermos, para no hablar de la liturgia en general...
Sin embargo, para los neo-casuistas no hay más revelación que deba recibirse ni tradición que deba transmitirse. Como ya se ha señalado, "¡lo verdadero es lo nuevo!". Lo nuevo es la nueva señal de la verdad. Esta nueva casuística conduce a los cristianos a hacer tabla rasa del pasado. Por último, la obsesión por complacer a todos empuja a los casuistas a un retorno a la naturaleza, a aquella que era precedente al pecado original.

La cuestión de "recasarse"

La enseñanza de los neo-casuistas nos hace recordar la condescendencia de la que dieron buena prueba los obispos ingleses en la confrontación con el Rey Enrique VIII. De nuevo resurgen las preguntas,  aunque varían las modalidades de condescendencia. ¿Quiénes son estos clérigos de todo orden, que tratan de complacer a los poderosos de este mundo? ¿Leales o rebeldes? ¿Cuántos pastores de todos los rangos quieren forjar alianzas con los poderosos de este mundo, aunque hoy de modo solapado, sin tener que jurar públicamente lealtad a los "valores" del mundo? Tratando de facilitar el "recasamiento" los neo-casuistas dan vía libre a todos los actores políticos que socavan el respeto por la vida y la familia. Con ellos, las declaraciones de nulidad serían tan fáciles como los matrimonios repetidos y con modalidades variables.
Los neo-casuistas tienen gran interés en los casos de divorciados “recasados". Como en otros casos, la forma que ofrecen es un buen ejemplo de la “táctica del salami” (cf. Mátyás Rákosi, 1947). Según ésta, se acuerda en ir presentando en cortes o “rebanadas” lo que no se podría digerir nunca en bloque. Observemos el procedimiento. Primer corte: en el punto de partida, por supuesto, se hallan las referencias a la enseñanza de las escrituras sobre el matrimonio y la enseñanza de la Iglesia sobre el asunto. Segundo corte: uno insiste en buscar una solución para "acomodar" esta enseñanza. La tercera etapa, bajo forma de interrogación: ¿los divorciados “recasados”, se hallan en un estado de pecado grave?
La cuarta rebanada es la entrada en escena del director de conciencia, que ayudará a los divorciados "vueltos a casar" a "discernir", es decir, a elegir lo que más les convenga en su situación. Este director de conciencia debe entender y perdonar. Debe demostrar compasión, pero ¿qué compasión? Para el casuista, de hecho, cuando se procede a la calificación moral de un acto, la preocupación por la compasión debe prevalecer sobre las acciones objetivamente malas: debe ser flexible, adaptarse a las circunstancias. La quinta rebanada de salami, es que todo el mundo puede discernir, personalmente y con libertad de pensamiento, lo que mejor le conviene. De hecho, en el camino, la palabra “discernimiento” es equívoca, ambigua. No debe ser tomada con el significado paulino de las Escrituras. Ya no se trata de buscar de Dios, sino de discernir la elección más conveniente, que maximizará “las cosquillas en las orejas” que provocan las novedades evocadas por San Pablo (2 Tim 4, 3).

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Infocatólica 25/06/16 
Monseñor Michel Sooyans
Monseñor Michel Schooyans
Este breve ensayo de monseñor Michel Schooyans ("De la casuística a la misericordia- ¿hacia un nuevo arte de agradar?"), dedicada al eclipse de la  moralidad católica, perseguida por teólogos y pastores de la Iglesia. Monseñor Schooyans es profesor emérito de la Universidad de Lovaina (Bélgica), miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y consultor del Pontificio Consejo para la Familia. Es autor de numerosos libros y ensayos sobre bioética, demografía, políticas globales de las Naciones Unidas. A petición personal de Juan Pablo II, que lo quería como colaborador de la Santa Sede, también escribió un Via Crucis para las familias (2001).