Bergoglio: "Odio la hipocresía" (pero la practico)



María Ferraz/en.news


Francisco recuerda en su libro de entrevistas con Dominique Wolton que un viejo jesuita le dijo, cuando era estudiante: "Si quieres hacer carrera, piensa claramente pero habla de una manera oscura". Francisco cree que en su vida ha hecho lo contrario: "he hecho un esfuerzo por hablar con claridad".

Incluso dice de sí mismo: "Odio la hipocresía, si no puedo decir algo, no lo digo, pero no soy un hipócrita que es algo que me molesta". Sin embargo, Francisco no dio una respuesta a esos cuatro cardenales que le pidieron claridad sobre el controvertido documento Amoris Laetitia.

Comentario. 
Lo de hablar con claridad jamás ha sido una prioridad de este papado, muy al contrario se ha jugado inverosímilmente con la hipocresía y el doble discurso, se han afirmado las incoherencias más atrevidas en entrevistas con un Scalffari -que bien se encargó de proclamar que no tomaba por escrito las respuestas de Francisco- o a medios abiertamente anticatólicos, como la publicación LGBT The Advocate, la revista Rolling Stones, Time... que le han ensalzado, en contraste con lo que sucedió en papados anteriores, dejando confundidos a los creyentes.  

Un ejemplo: el arzobispo Bruno Forte dijo: “El Papa me ha dicho: si hablamos explícitamente de la comunión a los divorciados, no veas el lío que nos van a armar. Vamos a hacerlo indirectamente sentando las bases y yo después lo desarrollaré”.

Una estrategia inteligente que combinaba el silencio de Bergoglio con el aullido de sus compinches, bien adiestrados y mejor sincronizados, contra los jerarcas tradicionales acusándoles de dividir la Iglesia, de cisma, o de agraviar al "papa", también mediante un depliegue vía Facebook, Twitter o de discursos que daban al mundo un espectáculo bochornoso amedrentando a los católicos conservadores con acusaciones tales como: tener el corazón endurecido, de ser farisaicos o pelagianos, y no estar abiertos a las sorpresas del Espíritu Santo.

Operaciones propias de una guerra psicológica que busca un objetivo, usando la ridiculización de los opositores, ya fuera en el Sínodo de la Familia primero, o después, con Amoris L, para introducir la comunión sacrílega en todas las diócesis que Bergoglio y sus muchachos han podido.

Si Bergoglio se ha esforzado en hablar con claridad que se lo diga a los millones de católicos perplejos que le escuchan o le escuchaban, pues desde que comenzó a abrir la boca no ha creado más que especulación a su alrededor. Un papa que debería volver, sin dudarlo, a su psicoanalista judío de Buenos Aires, para que le acercara la realidad objetiva al desempeño de su ministerio petrino que tan torpemente desarrolla -por haberlo usurpado- y carecer por ello de la gracia y ayuda de Dios.