¿Fijarnos en lo que nos une y no en lo que nos separa?



Decía el cardenal Biffi, que una de las expresiones que más habían calado y que más “daño” había hecho, fruto del “espíritu” del Concilio era: “Fijarnos en lo que nos une y no en lo que nos separa”. Explicaba cómo había calado y que el “ambiente” que respirábamos era fruto de esa expresión en muchos ámbitos de la vida cristiana. Explicaba cómo de la aplicación de dicha expresión el único que salía dañado era Cristo, la Verdad de Cristo.
Yo añado que es muy significativo cuando oyes hablar a una persona en esos términos, en seguida te da la temperatura de sus convicciones y de la facilidad con la que estará dispuesta a ceder en todo, incluso en lo más sagrado, sobre todo si se intenta adornar con las palabras, expresiones y eufemismos que nos tiene acostumbrados el ambiente eclesial y la mente católica en general de hoy en día.
Hoy esa expresión ha triunfado en el tema del ecumenismo. Es curioso cómo todo el mundo repite las mismas frases absurdas que no llevan a ningún sitio. De todas formas es una postura que llevamos sufriendo más de 60 años . Les transcribo  lo que podíamos llamar las INCONGRUENCIAS del MÉTODO ECUMÉNICO:
“Decía ayer el Arzobispo Cardenal de Valencia Antonio Cañizares en unas nuevas jornadas sobre la reforma, y van ya, que había que “poner en común lo que nos une, que es mucho más de lo que nos separa“. Hablaremos otro día sobre lo que nos une y nos separa, pero la primera pregunta para el sofista Cardenal sería la siguiente:¿quiénes son aquellos con los que nos unen tantas cosas?, ¿los anabaptistas?, ¿los calvinistas?, ¿los anglicanos?, ¿los cuáqueros?, ¿los metodistas?, ¿la Iglesia valdense?, ¿los presbiterianos?, ¿los pentecostales?, ¿los adventistas?, ¿todos juntos a la vez? ¿combinaciones de uno o varios de ellos?, y así podríamos seguir infinitamente.
Como se puede ver, por muy Cardenal que seas, más allá de los eslóganes el Ecumenismo es algo absolutamente vacío, pura palabrería sin ninguna sustancia, puro voluntarismo mundano sin ninguna profundidad detrás. Como se decía en mi pueblo: donde no hay mata no hay patata.
Por cierto, me he dejado a los mormones, con los que ahora nos unen más cosas desde que la exhortación “Los amores de Leticia” (otra genial ocurrencia del blog The wanderer), bendijo la posibilidad para los católicos de tener más de una esposa.
Seguiremos comentando estos temas, tan de actualidad, pero continuamos explicando el ecumenismo postconciliar, en las mejores manos, las de Romano Amerio y su libro Iota Unum.
Incongruencia del método ecuménico
En primer lugar descuida un elemento que fue siempre considerado principal, y es que el protestantismo no puede tomarse como una unidad, siendo una mezcla plural de creencias.
En segundo lugar, el método padece una contradicción interna: mientras predica remitir la unión a la conversión personal de los creyentes (llamados a profundizar su fe particular), la remite sin embargo a la decisión de unos pocos: éstos buscan la unión sin delegación de los pueblos, como exigiría sin embargo el gran principio de la persuasión personal erigida en criterio religioso. ¿De dónde les viene autoridad representativa a esos poquísimos teólogos a los que les es dado tratar la unión? A esta objeción sólo escapa la Iglesia Católica, fundada sobre el principio de autoridad y en la cual los fieles realizarían el acto de unión imperados por la jerarquía. 

Pero esos pocos centenares de confesiones separadas que no tienen ningún principio de autoridad y en el fondo son corporaciones de derecho civil, no verifican ninguna de las condiciones por las cuales la decisión de unirse a otra comunidad tomada por algunos pueda convertirse en acto de unión de la comunidad como tal. El método ecuménico es puesto en obra por la Iglesia Católica según el principio jerárquico, mientras las otras comunidades asumen representar a una multitud no unificada y no tienen título para hacerlo. Ésta es la razón por la cual Pío IX, al convocar el Concilio Vaticano, se dirigió ad omnes protestantes, no a sus comunidades. En todo caso, se abandona la tan celebrada exigencia de la toma personal de conciencia; un acto puramente religioso es encargado a la virtud política de un reducido grupo, y se profesa abiertamente que la unión no se ha de hacer mediante conversiones individuales, sino mediante el acuerdo de grandes cuerpos colectivos como son las Iglesias.”