Es fácil llegar a una santidad eminente


Dejémonos llevar por Dios en cada instante
Pero ¿de qué pan se alimenta la fe de María y de José, cuál es el sacramento de todos sus momentos sagrados? ¿Qué se descubre bajo la apariencia común de los acontecimientos que los llenan? Lo que allí sucede es visible, es lo que ordinariamente vemos en todos los hombres; pero lo invisible que la fe allí descubre y reconoce es nada menos que el mismo Dios realizando obras grandes [Lc 1,49].
¡Oh Pan de los ángeles, maná celeste, perla evangélica, sacramento del momento presente! Tú nos das al mismo Dios bajo las apariencias tan viles del estable y la cuna, la paja y el heno... ¿Pero a quién se lo das? A los hambrientos los colma de bienes [1,53]. Dios se revela a los pequeños en las cosas más pequeñas; y los grandes, que solo miran la apariencia, no le reconocen, no lo descubren ni aun en las grandes.
¿Hay algún modo secreto para encontrar este tesoro, este grano de mostaza, esta dracma? En absoluto. Es un tesoro que está en todas partes, y que se ofrece a nosotros en todo tiempo y lugar. Como Dios, las criaturas todas, amigas y enemigas, lo derraman a manos llenas, y lo hacen fluir por todas las facultades de nuestro cuerpo y potencias de nuestra alma, hasta el centro mismo del corazón. Abramos, pues, nuestra boca, y nos será llenada. Sí, la acción divina inunda el universo, penetra y envuelve todas las criaturas, y en cualquier parte que estén ellas, ella está, las adelanta, las acompaña, las sigue. Lo único que hay que hacer es dejar llevar por su impulso.


Es camino para todos
Quiera Dios que los reyes y sus ministros, los príncipes de la Iglesia y del mundo, sacerdotes, soldados, ciudadanos, todos, en una palabra, se convenzan de la facilidad con que pueden llegar a una santidad eminente. Para conseguirla sólo es necesario cumplir fielmente con los sencillos deberes del cristianismo y del propio estado, abrazar con paciencia las cruces que éstos traen consigo, someterse a los designios de la Providencia, cumpliendo incesantemente todo cuanto el presente nos ofrezca para hacer o padecer.
Ésta es toda la espiritualidad que santificó a los Patriarcas y Profetas, cuando todavía no existían tantos métodos y maestros. Ésta es la espiritualidad de todas las edades y de todo estado, que ciertamente no pueden santificarse de un modo más alto, más extraordinario, y al mismo tiempo, más fácil: la práctica sencilla de aquello que Dios, único director de las almas, les da en cada momento para hacer o sufrir, al mismo tiempo que se obedecen las leyes de la Iglesia o las del príncipe.

Si se viviera así, los mismos sacerdotes apenas serían necesarios, más que para los sacramentos. Las demás cosas, sin ellos, resultarían santificantes en todos y en cada uno de los momentos. Y esas almas sencillas, que no se cansan de consultar sobre los medios para ir a Dios, se verían liberadas de fardos pesados y peligrosos, que aquellos que disfrutan gobernándolas les imponen sin necesidad.



El Abandono en la Divina ProvidenciaEscrita por Jean-Pierre de Caussade.