Otra bomba a punto de estallar



A juzgar por lo que Francisco ha escrito y dicho –en último lugar en el avión que le ha traído a Roma desde Panamá–, el argumento determinante del summit convocado en el Vaticano del 21 al 24 de febrero entre el Papa y los presidentes de las casi 130 conferencias episcopales del mundo, serán los abusos sexuales cometidos contra menores por parte de los ministros sagrados.
De este modo, la plaga que estadísticamente es preponderante entre los autores de abusos en Europa y América del Norte, es decir, la práctica homosexual con jóvenes y muy jóvenes, corre el riesgo de quedar excluida.
Pero no es todo. Existe otra plaga sobre la que continúa pesando una capa de silencio. Es la de los abusos sexuales a religiosas por parte de clérigos. Es una plaga extendida sobre todo en África, según los primeros informes que han levantado el velo sobre este tema. Pero resulta que también está presente en Asia.
Efectivamente, se registra actualmente en la India el escándalo más clamoroso de este tipo, el que tiene como protagonista al obispo Franco Mulakkal, ya titular de la diócesis de Jullundur, en Punjab, y consultor en el Vaticano del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, que está en la cárcel y está siendo procesado; la víctima, una religiosa de Kerala, miembro de la congregación de las Misioneras de Jesús, de la que el obispo habría abusado sexualmente unas doce veces entre 2014 y 2016, aunque él se declara inocente.
Curiosamente, las conferencias episcopales que, a distancia de ocho años de la orden dada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, todavía no han elaborado líneas de actuación para el tratamiento de los casos de abuso sexual sobre menores, son sobre todo de África y de Asia.
Una de las razones de esta inercia –como ha observado el mismo Papa Francisco– es la escasa conciencia, en estos continentes, de la gravedad y extensión de la cuestión, que creen pertinente sólo para Occidente. Y esto es válido también para la plaga de las prácticas homosexuales.
Pero, al mismo tiempo, también falta la conciencia de la gravedad de esa otra plaga, la de los abusos sexuales a religiosas por parte de clérigos. Es una ceguera que sufren, en primer lugar, las Iglesias de África y Asia, donde el fenómeno está más extendido, pero del que también son culpables las Iglesias de Occidente y la misma Iglesia madre de Roma.
Es necesario volver a los años noventa para encontrar las primeras denuncias orgánicas dirigidas por religiosas a las autoridades vaticanas. Pero lo que es más grave es que desde entonces se ha hecho poquísimo, no sólo para contrastar el fenómeno sino, al menos, para hacerlo emerger.
Hay que reconocer que quienes han hecho emerger esta realidad han sido los medios de comunicación católicos.
El primero que rompió el silencio, en marzo de 2001, fue el “National Catholic Reporter” que, en un amplio servicio de John Allen y Pamela Schaeffer, hizo públicas las dos denuncias dirigidas de manera reservada al Vaticano en 1995, firmadas por sor Maura O’Donohue, médico y especialista de SIDA, y en 1998, firmada por sor Marie McDonald, superiora de las Misioneras de Nuestra Señora de África:
El último es el periódico francés “La Croix” que, en un servicio de Constance Vilanova del pasado 17 de enero, ha enriquecido con nuevos testimonios las dos denuncias capitales de sor O’Donohue, que se refiere a 23 países, en gran parte del África subsahariana, y de sor McDonald:
Come dice el título de “La Croix”, la “ley del silencio” continúa reinando soberana, tanto entre los abusadores y las víctimas, como entre los respectivos superiores jerárquicos, que tienden a tolerar y encubrir las perversidades de los primeros y, al contrario, a culpabilizar y castigar las desgracias de las segundas.
Y es una “ley del silencio” que encuentra la raíz del origen de los abusos en una pluralidad de factores:
- la idea de que el celibato y la castidad prohíben el matrimonio, pero no las relaciones sexuales;
- el temor del contagio del SIDA, que hace de las religiosas un objeto sexual más “seguro”;
- la posición subordinada de la mujer al varón en la sociedad y en la Iglesia;
- una falta de aprecio de la vida consagrada femenina por parte de obispos, sacerdotes y laicos;
- la dependencia económica de la diócesis de muchas y pequeñas congregaciones religiosas femeninas;
- el apoyo material y espiritual dado por clérigos a religiosas a cambio de prestaciones sexuales.
Sucede incluso que el sacerdote o el obispo obligue a abortar a la religiosa a la que ha dejado embarazada.
El pasado 23 de noviembre, la Unión Internacional de las Superioras religiosas ha emitido un comunicado en el que pide “que cada religiosa que haya sufrido abusos lo denuncie ante la responsable de su congregación y ante las autoridades eclesiásticas y civiles del caso”. Pero no es evidente que la religiosa que denuncia encuentre ayuda. Al contrario, a menudo sucede lo contrario.
Sor Mary Lembo, de Togo, está preparando una tesis de doctorado sobre las relaciones entre sacerdotes y religiosas en África, en el Instituto de Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma. Ha analizado a fondo 12 casos de abuso sexual, y ha dicho a “La Croix” que si en África la “ley del silencio” continúa reinando es porque allí la figura del sacerdote “es respetada y, al mismo tiempo, temida. Las víctimas tienden a culpabilizarse. En los casos de abuso, a menudo es la religiosa quien termina siendo acusada, es ella quien ha atraído miradas e intenciones, es ella quien termina siendo condenada”.
Para el Papa Francisco la causa número uno de los abusos sexuales es el “clericalismo”.
En Europa y en América es un teorema discutible, sobre todo si se aplica a las prácticas homosexuales, en un clima de justificación general de las mismas, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Sin embargo, en lo que se refiere a los abusos sexuales de clérigos contra religiosas, en África y Asia, el teorema parece estar, en gran medida, bien fundamentado.
Lo ha escrito muy claramente Lucetta Scaraffia –historiadora de la Iglesia, directora de “Donne Chiesa Mondo”, el suplemento mensual de “L’Osservatore Romano”, y hasta el pasado diciembre “consultora editorial” del cotidiano de la Santa Sede– en un artículo en “El País” del 12 de enero:
No tomar en serio a las mujeres, ha escrito, es causar “un fenómeno infravalorado, el de los abusos y la violencia de miembros del clero hacia las religiosas, clasificados por las jerarquías como relaciones románticas”.
Cuando, en vez de relaciones románticas consensuales, estas representan la imposición de un hombre en una posición de poder sobre una mujer vulnerable, a veces obligada a soportar una relación que su misma superiora no quiere, “temerosa de que se tomen represalias contra la [su] institución”.


Sandro Magister