Quiero que el mundo conozca mi Corazón



Vengo a decirte Yo mismo quién soy.

Quiero que el mundo conozca mi Corazón. Quiero que conozcan mi amor. ¿Saben los hombres lo que he hecho por ellos?... Quiero decirles que en vano buscan su felicidad fuera de Mí: no la encontrarán...

Dirigiré mis llamadas a todos: religiosos y seglares, justos y pecadores, sabios e ignorantes, gobernantes y súbditos. A todos vengo a decirles: si buscáis felicidad, Yo lo soy. Si queréis riqueza, Yo soy riqueza infinita. Si deseáis paz, Yo soy la Paz, Yo soy la misericordia y el amor.

Quiero que mi amor sea el sol que ilumine y el calor que caliente a todas las almas.
Quiero que el mundo entero me conozca como Dios de amor, de perdón y de misericordia.

Quiero que el mundo lea que deseo perdonar y salvar. ¡Que los más miserables no teman!... ¡Que los pecadores no huyan de Mí... Que vengan todos, porque estoy siempre esperándolos como un Padre, con los brazos abiertos para darles vida y felicidad.

***
Que el mundo escuche y lea estas palabras: Un padre tenía un hijo único.
Ricos, poderosos, vivían rodeados de servidores, de bienestar; perfectamente dichosos, de nada ni de nadie necesitaban para acrecentar su felicidad, el padre era la felicidad de su hijo y éste la de su padre.

Ambos tenían corazón noble, caritativos sentimientos, la menor miseria les movía a compasión.

Entre los servidores de este bondadoso señor, uno enfermó gravemente, y estaba a punto de morir si no se le atendía con remedios enérgicos y con asiduos cuidados.
Mas el servidor era pobre y vivía solo.

¿Qué hacer? ¿Dejarle morir? La nobleza de sentimientos del señor no puede consentirlo.

¿Enviará para cuidarle a otro de sus criados? Tampoco estaría tranquilo, porque cuidándole más por interés que por afecto, le faltarían tal vez mil detalles y atenciones que el enfermo necesita.

Compadecido el padre confía a su hijo su inquietud respecto del pobre enfermo, le dice que con asidua asistencia podría curarse y vivir muchos años aún. 

El hijo, que ama a su padre y comparte su compasión, se ofrece a cuidar al servidor con esmero, sin perdonar trabajo, cansancio, ni solicitud, con tal de conseguir su curación.

El padre acepta; sacrifica la compañía de su hijo y éste las caricias de su padre y convirtiéndose en siervo, se consagra a la asistencia del que es verdaderamente su servidor. Prodígale mil cuidados y atenciones, le provee de cuanto necesita, no sólo para su curación, sino para su bienestar, de suerte que, al cabo de algún tiempo, el enfermo recobra la salud

Penetrado de admiración por cuanto su señor ha hecho por él, el servidor pregunta de qué manera podría demostrarle su agradecimiento.

El hijo le aconseja se presente a su padre, y ya que está curado se ofrezca de nuevo a él como uno de sus más fieles servidores.

Así lo hace, y reconociéndose su deudor, emplea cuantos medios están a su alcance, para publicar la caridad de su señor; más aún, se ofrece a servirles sin interés, pues sabe que no necesita ser retribuido como criado el que es atendido y tratado como hijo.

Esta parábola es pálida figura del amor que mi Corazón siente por las almas y de la correspondencia que espero de ellas. La explicaré poco a poco, pues quiero que conozcan los sentimientos de mi Corazón.

UN LLAMAMIENTO AL AMOR
Sor Josefa Menéndez