Sta Margarita: un millón de almas subieron al Cielo




SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

(1647-1690), en su Autobiografía, dice que “encontrándome delante del Santísimo Sacramento el día de la fiesta del Corpus Christi se me apareció de repente una persona envuelta en fuego. Su estado lamentable me hizo entender que estaba en el purgatorio. Me dijo que era el alma de un benedictino que, una vez, me había confesado y dado la comunión. Por esto, el Señor le había concedido el favor de poder dirigirse a mí para conseguir una reducción de sus penas. Me pidió de ofrecer por él por tres meses, todos mis sufrimientos y todas mis acciones. Al fin de los tres meses, lo vi lleno de alegría y de esplendor, cómo iba a gozar de la felicidad eterna y me agradeció diciéndome que velaría sobre mí junto a Dios”. 



“Nuestra madre me permitió en favor de las almas del purgatorio pasar la noche del jueves santo (15 abril 1683) delante del Santísimo Sacramento y allí estuve una parte del tiempo toda como rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad. Me dijo el Señor que Él me ponía a disposición de ellas durante este año para que les hiciere todo el bien que pudiese. Están frecuentemente conmigo y las llamo mis amigas pacientes” (carta 22 a la Madre Saumaise). 

“Esta mañana, domingo del Buen pastor (2 de mayo 1683), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme y que éste era el día en el que el soberano pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicable. Una es la buena madre Monthoux y la otra mi hermana Juana Catalina Gascon, que me repetía sin cesar estas palabras: El amor triunfa, el amor goza. El amor en Dios se regocija. La otra decía: Qué bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor y las religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su Regla… Como yo les rogara que se acordasen de nosotras, me han dicho, al despedirse, que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo” (carta XXIII a Madre Saumaise del 2 de mayo de 1683). 

“La primera vez que vi a la hermana J.F. después de su muerte me pidió misas y varias otras cosas. Le ofrecí seis meses cuanto hiciera y padeciera y no me han faltado sufrimientos. Me dijo: Hay tres cosas que me hacen sufrir más que todo lo demás. La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba. 

La segunda, el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo… Ah, qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son completamente pobres. 

La tercera es la falta de caridad y haber sido causa de desunión y haberla tenido con las otras” (carta 31 a Madre Saumaise del 20-4-1685).