Cumple el deber de cada instante


No cumplir el deber que el instante requería, dejarlo para después, equivale en muchas ocasiones a omitirlo. Aprovechad el tiempo presente..., exhortaba San Pablo a los primeros cristianos. Y para esto necesitaremos someternos a un orden en nuestros quehaceres, y cumplirlo. Así, venciendo la pereza de un modo habitual, podremos ayudar a los demás y contribuiremos a «elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación» mediante nuestro trabajo diario, cualquiera que este sea. Perezoso no es solo el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus ocupaciones según el capricho del momento, las realiza sin energía, y la mínima dificultad es suficiente para hacerle cambiar de trabajo. El perezoso puede incluso ser amigo de los «comienzos», pero su incapacidad para un trabajo continuo y profundo le impide poner las «últimas piedras», acabar bien lo que ha comenzado. «El que es laborioso aprovecha el tiempo, que no solo es oro, ¡es gloria de Dios! Hace lo que debe y está en lo que hace, no por rutina, ni por ocupar las horas, sino como fruto de una reflexión atenta y ponderada».
Vivir el hodie et nunc, el hoy y ahora, nos llevará a estar atentos a lo que tenemos entre manos, con el convencimiento, muchas veces actualizado, de que se trata de una ofrenda para el Señor y que, por tanto, requiere plena dedicación, como si fuera la última obra que ofrecemos a Dios. Esta atención nos ayudará a terminar bien nuestros quehaceres, por pequeños que puedan parecer, pues se convertirán en algo grande en la presencia del Señor.
Estar pendientes del momento actual nos alejará de inútiles preocupaciones hacia enfermedades, desgracias o trabajos que aún no se han presentado y que quizá nunca lleguen a ser realidad. «Un sencillo razonamiento sobrenatural los haría desaparecer: puesto que estos peligros no son actuales y estos temores todavía no se han verificado, es obvio que no tienes la gracia de Dios necesaria para vencerlos y para aceptarlos. Si tus temores se verificasen, entonces no te faltará la gracia divina, y con ella y tu correspondencia tendrás la victoria y la paz.
»Es natural que ahora no tengas la gracia de Dios para vencer unos obstáculos y aceptar unas cruces que solo existen en tu imaginación. Es necesario basar la propia vida espiritual sobre un sereno y objetivo realismo». Vivir al día, de la mano de nuestro Padre Dios, viviendo en la filiación divina, nos libra de muchas ansiedades y nos permite aprovechar bien el tiempo. ¡Cuántas cosas funestas que temíamos no llegaron a ocurrir! Nuestro Padre Dios tiene más cuidado de sus hijos de lo que nosotros en ocasiones nos figuramos.


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