Reparad, porque son muchísimos los pecados en este final de los tiempos


Estáis siendo avisados, preparados y formados

Diciembre 15/09 a Agustín del Divino Corazón

María Santísima dice:

Abrid vuestros ojos, dejad a un lado la disipación, centrad vuestras mirada en mí. Abrid vuestro entendimiento, reaccionad ante mis palabras. El Cielo es sumamente generoso; reaccionad, despertad de vuestro aletargamiento espiritual; no os dejéis robar los momentos de intimidad que Dios os permite vivir con el Cielo. No os dejéis arrebatar las gracias por el enemigo. Quedad atónitos ante las manifestaciones del Cielo; quedad cuestionados ante las palabras de Amor, palabras de Luz, palabras de Sabiduría que halláis en cada uno de estos libros.

Sed sumamente diligentes. No seáis tardos en reaccionar. No seáis tardos para regresar a la casa del Padre. Él os acogerá como a sus hijos pródigos. Él quitará los harapos de mendicidad y de pecado. Él los vestirá con nuevos trajes: trajes de santidad, trajes de bonanza espiritual; trajes que os llevará a repudiar las cosas lisonjeras, triviales que el mundo suele conceder a los hombres. Aprovechad, aprovechad la presencia de Jesús en la Eucaristía. Id, hijos míos, visitadle, hacedle compañía. Reparad, reparad, porque son muchísimos los pecados que cometen los hombres en este final de los tiempos. Reparad, porque es mucha la maldad del ser humano.

Reparad, porque es mucha la impiedad de las criaturas.
No dejéis sólo al Mendigo del Amor. Él os espera en su Tabernáculo, pero sed reverentes con Él; rendidle homenaje de adoración y de gloria con la postura, con la oración, con la concentración y la meditación.

Por qué sois tan dispersos. Por qué perdéis tan fácilmente la concentración. Por qué no os extasiáis ante las palabras del Señor y ante mis palabras.
Reconoced que, aún, en vosotros no hay méritos.

Reconoced que, aún, os falta muchísimo para ser santos.
Reconoced que, aún, sois niños que necesitan de la leche espiritual. Reconoced que, aún, no estáis preparados para recibir papilla del Cielo. Reconoced que debéis esmeraros, debéis sacrificaros, debéis hacer serios propósitos en vuestra vida espiritual. Entended mi preocupación, hijos míos. No quiero perderos, no quiero que seáis seducidos por la bestia. No quiero que paséis a formar parte del bando de los derrotados, de los condenados.


¿Cómo he de hablaros, cómo he de ablandar el corazón de cada uno de mis hijos? ¿Qué he de hacer para atraerlos hacia Jesús, qué palabras he de utilizar? Cuando mis imágenes derraman lágrimas de sangre: son cuestionadas, son rebatidas.
Cuando me aparezco en tantas partes del mundo: el enemigo siembra turbación de espíritu, el enemigo ataca con el racionalismo y mis palabras chocan con los corazones de acero.


Vosotros tenéis una gran responsabilidad ante el Señor: estáis siendo avisados, estáis siendo preparados, estáis siendo formados. Se os debe notar la presencia de Dios en vuestros corazones. Debéis ser ejemplo de vida en vuestro ámbito social y familiar. Debéis atraer con vuestra predicación silenciosa un sin número de almas.
Debéis ser cirios encendidos con luz propia; cirios que ardan con ímpetu, con fuerza; cirios que alumbren los caminos oscuros por los que andan los hombres.
Pequeños míos: orad muchísimo para que los hombres se
salven. Orad muchísimo para que los hombres acepten mis mensajes. Hay tantas manifestaciones que son verdaderas, pero el mismo hombre las ha destruido. Pobres de aquellos que son obstáculo para los planes del Señor; tendrán que rendirle cuentas en el día de su juicio. Pobres de aquellos que andan de un lado para otro por el prurito de oír novedades. Pobres de aquellos que no disciernen bajo la luz del Espíritu Santo y son engañados, son sacados de la doctrina sana del Evangelio.


Hijos carísimos: os llegó la hora de despertar a una vida espiritual.
Os llegó la hora de tomar muy en serio estos mensajes.
Os llegó la hora que los hagáis praxis en vuestras vidas.

Os llegó la hora de armaros con la armadura de Dios para que derrotéis, junto conmigo y junto con San Miguel Arcángel, al enemigo.
Os llegó la hora de cumplir con vuestras promesas al Señor.
Por eso: antes de hacer una promesa ante el Señor, discernidla si sois capaces de cumplirla.

Os llegó la hora de cumplir con cada una de nuestras peticiones; no dilatéis vuestras responsabilidades.
No desertéis de las filas del Ejército Victorioso.
No os escabulláis bajo argumentos falaces, bajo criterios meramente humanos. Los apóstoles de los últimos tiempos son dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Los apóstoles de los últimos tiempos no le tienen miedo al sufrimiento, no son vacilantes en el andar.


Los apóstoles de los últimos tiempos tienen la claridad de ser peregrinos en la tierra en busca de la Patria Celestial. Los apóstoles de los últimos tiempos hacen siempre lo que el Señor les diga.

Los apóstoles de los últimos tiempos son discípulos aventajados en la Sabiduría Divina, son discípulos que ansían habitar una de las moradas del Cielo, son discípulos que, aún, sin verme o sentirme hacen caso a mis mensajes, son receptivos a mis palabras.


Los apóstoles de los últimos tiempos llevan vida de santidad, se hacen santos en un tiempo más reducido que en la época antigua.


Los apóstoles de los últimos tiempos saben sobrellevar las cruces de cada día. Acoged los consejos y enseñanzas de mi hijo predilecto. Vividlas, guardadlas en vuestro corazón como perlas finas de gran valor.
Estáis llamados al cambio, estáis llamados a ser luz, estáis llamados a ser Cristóforos: portadores de la luz de Cristo. Así es, pues, hijos míos: sed dóciles; responded con prontitud a nuestro llamado. Meditad las Sagradas Escrituras. Son alimento sólido, fuentes de aguas claras que os muestran el camino para llegar al Cielo.
No vaciles más; decidíos hoy mismo en abrazar la cruz. Decidíos hoy mismo en ser almas reparadoras, en ser almas cuyo único propósito o fin es darle la gloria al Santo Nombre de Dios.
Tomad un pequeño descanso, mis pequeños.
Haced vísperas y esperad, esta noche, una gran lección de amor de un alma que en vida supo vivir el Evangelio; de un alma que en vida encarnó su Palabra; de un alma que en vida, por donde pasaba, dejaba aroma y rastros de santidad. Os dejo la inquietud mis hijos amados. Os amo.