Roche, una espina en el costado de Sarah


Tras la salida de Sarah de la escena, el Papa nombró al ex secretario Roche (imagen) como jefe de la Congregación para el Culto Divino. Difícilmente se encontrará en él un defensor acérrimo de la antigua liturgia y del derecho de los fieles y de los sacerdotes a poder disponer del Misal que nunca fue derogado. Roche defendió el derecho de los obispos a desmontar todos los pronunciamientos autorizados de la Iglesia (contra) la comunión en la mano. Admirador de Piero Marini, era de hecho una espina en el costado de Sarah y representaba la oposición interna al entonces prefecto. 


Ya informamos sobre los rumores de la inminente publicación de un documento que enterraría el Motu Proprio Summorum Pontificum, devolviendo la misa antigua al régimen de indulto anterior a 2007. Y ayer mismo llegó, puntual como un reloj suizo, el nombramiento como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de Monseñor Arthur Roche, antiguo Secretario de la misma. En lugar de Roche, toma el relevo el obispo de Tortona, monseñor Vittorio Francesco Viola, mientras que el jefe de la oficina, monseñor Aurelio García Marcías, fue elegido subsecretario. El Papa procede así a una completa remodelación de la cabeza de la Congregación.

Sí, ayer mismo, después de que, de forma bastante anómala, el nuevo nombramiento no se produjera al mismo tiempo que la aceptación de la dimisión del cardenal Robert Sarah, que tuvo lugar en febrero.

Coincidencia de coincidencias, el mismo día del nombramiento de Roche, el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer fue recibido por Francisco. No hay nada anómalo en que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sea recibido en audiencia por el Papa. Pero la coincidencia radica en que parece que fue el propio Ladaria quien frenó la decisión de minimizar Summorum Pontificum, recordando al Pontífice que inevitablemente provocaría numerosas protestas. Tal vez el Papa lo convocó para recordarle que siempre es posible ser copatrón de la Soberana Orden Militar de Malta...

Ciertamente, será difícil encontrar en Roche un defensor acérrimo de la liturgia antigua y del derecho de los fieles y de los sacerdotes a poder disponer del Misal "nunca abrogado", según la expresión del Motu Proprio. La generosidad de Roche con las sensibilidades de los fieles y su justicia con respecto a sus derechos ya han quedado patentes en su respuesta a la disputa entre el obispo Richard F. Sticka y un fiel de su diócesis, en relación con la comunión en la mano. Roche había defendido esencialmente el derecho del obispo a hacer trizas todos los pronunciamientos autorizados de la Iglesia sobre la cuestión, incluidos los de la Congregación de la que era secretario y los del Papa reinante Benedicto XVI, el ahora ex secretario que mostraba una sensibilidad más tradicional. Se sabe: cuius regio, eius religio.

Se dice que la venganza es un plato que se sirve frío. Principio aplicado implacablemente por el Papa Francisco, que ha enmendado así el doble agravio sufrido por Sarah y Benedicto XVI. Era enero del año pasado, cuando el entonces Prefecto del Culto Divino y el Papa Emérito habían escrito juntos un libro para defender el celibato sacerdotal de los ataques explícitos lanzados durante el Sínodo de Amazonas. El primero en perder la cabeza fue Gänswein, que evidentemente no había sabido filtrar bien la correspondencia entre los dos que se pusieron de acuerdo en el libro.

Pero eso fue "sólo" un desplante. La que está en marcha es, en cambio, una auténtica vendetta contra los dos reprobados, de los que se intenta borrar todo rastro. Roche, admirador de Piero Marini y Andrea Grillo (apoyado por un nuevo secretario también salido de Sant'Anselmo), era de hecho la espina en el costado de Sarah y representaba la oposición interna al entonces prefecto. Y puntualmente, recibió el cargo que era de Sarah. La anunciada intervención sobre la forma extraordinaria del Rito Romano se configura entonces como un ataque directo a la línea impresa por Benedicto XVI sobre la liturgia: Carthago delenda est.

La importancia de ese Motu Proprio fue luego reiterada recientemente por el Papa emérito, en el libro Ultime Conversazioni (2016). Su controvertida decisión había sido una respuesta a un profundo problema, de naturaleza eclesiológica, que ha plagado a la Iglesia durante décadas; la idea, es decir, de que puede haber una Iglesia "pre" y una Iglesia "post" del Vaticano II y la percepción de que la Iglesia debe proceder a través de la historia por revoluciones. Una percepción que se ha concretado en la búsqueda de todo lo que remite de alguna manera a la época prerrevolucionaria, empezando por la liturgia.

En `Últimas Conversaciones´, Benedicto XVI explicó que el sentido del Motu Proprio era subrayar la importancia del hecho de "que lo que antes era para la gente lo más sagrado de la Iglesia no estuviera de repente completamente prohibido". Una comunidad no puede prohibir lo que antes se consideraba lo más importante. La identidad interna del otro debe permanecer visible". Es esencial reiterar que el Motu Proprio de 2007 no fue un intento de arreglar rencillas entre facciones, sino una sabia decisión para lograr "una reconciliación de la Iglesia consigo misma". O también: "para mí era importante que la Iglesia preservara la continuidad interna con su pasado. Que lo que antes era sagrado no se convierta de un momento a otro en algo malo. El rito debe evolucionar. Por eso se anunció la reforma. Pero la identidad no debe romperse".

Es evidente que una revisión del Motu Proprio que fuera, como se ha sugerido, en el sentido de volver a un régimen de indulto, o similar, equivaldría a optar por "romper la identidad"; significaría volver a rasgar un tejido que se ha cosido con no pocas dificultades.

En realidad, no era un simple remiendo. Esta "reconciliación de la Iglesia consigo misma" ha supuesto -y no podía ser de otra manera- un florecimiento de nuevas vocaciones, una recuperación del sentido del sacerdocio y de la Santa Misa, un polo de atracción para numerosas familias jóvenes. Si ahora se "desautoriza" a todas estas personas, prohibiéndoles que sigan viviendo según lo que han aprendido a amar y venerar, según lo que han aprendido a interiorizar, día tras día, año tras año, no debe extrañarnos que se produzca una reacción muy fuerte, que corre el riesgo de desgarrar aún más un tejido eclesial ahora hecho jirones.

El impulso que se ha dado a la autodestrucción de la Iglesia en los últimos años, ha conocido en el año de la pandemia una nueva e impresionante aceleración en el ámbito litúrgico. El cuerpo místico de la Iglesia está enfermo con una enfermedad autoinmune, que ataca lo que le pertenece íntimamente. En primer lugar, se impusieron las manos en la forma de distribuir la Sagrada Comunión, rompiendo -con la complicidad de Roche y con la excusa de la pandemia- con una tradición centenaria de la Iglesia. Ahora están extendiendo sus manos sobre la Misa Tridentina. 


Cuidado, no te enfrentes a Dios: será su Waterloo.


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