3 milagros documentados atribuidos a la Medalla Milagrosa (EEUU)


Texas (1841)
De una carta escrita por el Obispo Odin, Vicario Apostólico de Texas:
11 de abril de 1841
Una vez tuve la ocasión de ver, en la ciudad de Nacogdoches, cuánto se digna María Inmaculada a escuchar a los que ponen toda su confianza en ella. A una señora de Maryland su confesor le regaló una Medalla Milagrosa al partir de su estado natal para ir a vivir a Texas. Al dársela, le recomendó que rezara siempre: "Oh María sin pecado concebida, etc." y le dijo que esta buena Madre no le permitiría morir sin recibir los sacramentos.
Ella fue fiel a su consejo. Al estar postrada en la cama durante cuatro años, muchas veces sus amigos pensaron que había llegado su último momento. Sin embargo, su confianza en María Inmaculada siempre le hizo esperar que tendría la alegría de recibir los sacramentos antes de partir de esta vida. En cuanto se enteró de nuestra llegada, nos envió inmediatamente un mensaje. Recibió el Santo Viático y la Extremaunción y murió unos días después llena de gratitud a su celestial benefactora.
 
Luisiana (1865)
En el hospital de las Hijas de la Caridad de Nueva Orleans, una monja intentó instruir a un protestante en las verdades de la Fe y disponerlo a recibir el Bautismo. Sin embargo, él no quería hablar del tema.
Un día le mostró una Medalla Milagrosa y le explicó su origen. Él pareció prestar atención, pero cuando ella se la ofreció, se molestó y le espetó enfadado "Llévate eso, esta Virgen es una mujer cualquiera". "Lo dejaré sobre la mesa", le respondió la monja, "estoy segura de que pensará en lo que he dicho". Él no le contestó, sino que, para no ver la medalla, colocó su biblia encima.
Todos los días la monja, con el pretexto de limpiar la mesa, se aseguraba de que la medalla seguía allí. Los días pasaban y la enfermedad se agravaba cada vez más.
Una noche en la que sufría agudamente, vio una luz maravillosa alrededor de su cama, mientras el resto de la habitación estaba en total oscuridad. Sorprendido, se levantó con dificultad a pesar de su fragilidad y subió la llama de la lámpara de gas para ver si podía descubrir qué era esa extraña luz. No encontró nada y volvió a su cama.
Momentos después se dio cuenta de que la luz provenía de la medalla. Entonces la tomó en sus manos y la mantuvo allí el resto de la noche. En cuanto sonó la campana de levantamiento de la monja a las 4 de la mañana, llamó al enfermero y le pidió que le dijera a la monja que quería bautizarse.
Avisaron inmediatamente al capellán, que exclamó: "¡Eso es imposible!". Había hablado muchas veces con el enfermo y sabía lo que sentía al respecto.
No obstante, se dirigió a él y lo encontró perfectamente dispuesto y receptivo. Lo bautizó y le dio los sacramentos, y poco después el enfermo murió, alabando a Dios y a la Santa Virgen por las gracias recibidas.
 
Nueva York (1866)
Una muchacha, de unos veinte años, llegó al hospital cubierta de las más repugnantes costras que los médicos habían dicho que eran incurables. La monja, que cuidaba de sus heridas, le dijo un día que la Santísima Virgen tenía el poder de curarla y que, si quería llevar la medalla y pedir la curación, la obtendría. Sabiendo que los médicos se habían dado por vencidos, ella respondió bruscamente: "No creo en vuestra Santa Virgen, ni quiero una medalla". "Muy bien entonces", le contestó la monja, "en ese caso, quédate con tus heridas".
Unos días más tarde, pidió la medalla y se la puso al cuello, y se preparó para ser bautizada. Poco después salió del hospital en perfecto estado de salud ante el gran asombro de los médicos que habían sido unánimes en considerar su enfermedad como incurable.


Blog de ANF