Experiencias de sor Consolata con Jesús y María



Para atraerme a él Jesús solo usó el amor. Y las ternuras de su amor se repetían a los pies del sagrario, como si me encadenaran a la puertecita del sagrario y, sobre todo, cuando podía contemplarlo en la custodia en la Exposición del Santísimo. Entonces las horas me parecían minutos con la mirada fija en la hostia.

Desde 1918 en adelante las comuniones fueron diarias. También en esos momentos Jesús conquistaba mi corazón con dulzuras sensibles, que duraban hasta la consumación de la hostia. Por eso, hasta los 21 años, yo solía tener la hostia pegada al paladar para que durase más. En esos momentos me sentía envuelta en una luz de amor. No podía vivir sin la comunión. Y fue ella y solo ella la que me preservó de cometer faltas graves. En esos años, del gusto que sentía en la comunión, hubiera podido distinguir la hostia consagrada de la que no lo estaba.

El 22 de abril de 1934 Jesús estaba solemnemente expuesto y me dijo: “Consolata, te confirmo en gracia respecto a tu pureza y jamás te dejaré caer en ese pecado... Te dejo la lucha por la pureza, porque no te quiero privar de muchos méritos”.

La Virgen me aconsejó jamás exponerme a ningun peligro; y me até con un voto a ser fiel. Por eso, cuando la rebelión de los sentidos era fuerte, el único medio que tenía y sigo teniendo es la confianza y el abandono en Jesús y María.

En la tarde del 24 de agosto de 1936 entré a la parroquia un poco tarde para la bendición del Santísimo. Me coloqué en una banca junto a una capilla lateral. Miré la hostia expuesta en la custodia y me sentí envuelta por la presencia real de Jesús sacramentado. Desde ese día, la presencia real de Jesús no fue para mí un misterio de fe. Yo lo sentía en la custodia y gozaba de él en la comunión, donde él me atraía con ternuras de amor. Y eso continuó mientras fui religiosa.

Un día en la comunión, vi, intuí que Jesús me besaba en el corazón. No sé expresar cómo lo sentí. Ese beso me demostró su sed de amor y de pureza de vida divina 8.

Cuántos besos he recibido del Niño divino. Cuántas veces desde la cuna, con su manita, me ha atraído hacia su Corazón. Un día sentía deseos de sus divinos e infantiles ternuras y le pedí a la Virgen: “Mamá, dame al Niño Jesús”. Y la Virgen se me apareció, teniendo a Jesús en su regazo. María me dijo: “Ven, Consolata”. Con una mano sostenía a Jesús y con la otra me atrajo hacia sí y me dio un beso en la frente. Yo me acerqué a Jesús y le di en la frente divina un tímido beso 9.

Jesús era feliz de revelarme algunos de sus secretos. Cuando entraba en mi celda Jesús desde el cuadro del Corazón de Jesús, me recibía con una sonrisa. Allí encontraba a Jesús y lo sentía más en la celda que en el coro. Y, cuando no sabíamos qué decirnos, nos reíamos los dos. Mi vida era una sonrisa, no solo en la celda, también cuando estábamos en el coro o en el comedor o en el jardín o en los claustros o mirando el azul del cielo. La sonrisa de Jesús me envolvía. Él me sonreía a mí y yo a él.

En la soledad de mi habitación rezaba las oraciones y estaba largo tiempo absorta en contemplar la cara de la imagen del Corazón de Jesús. No sé, pero del cuadro, Jesús tomaba distintos aspectos según las condiciones de mi alma. A veces era una muda reprensión, otras veces de ánimo; o de paz, que pacificaba mi alma turbada o culpable. Cuando ml conciencia estaba tranquila, la mirada divina era tan penetrante y dulce que sentía necesidad de posar mi cabeza en su Corazón, como si estuviese vivo, y así permanecía largo rato. En su miraba sentía un inmenso amor por mí, un amor lleno de ternura...

Todos los años, por la fiesta de su Inmaculada Concepción, la Virgen solía darme un regalo. El año 1934 me preguntó qué deseaba. No supe responderle, porque no tenía deseos. Ella entonces me dijo: “Consolata, te regalo la gracia de tener una santa muerte”. No me esperaba gracia tan grande. Otro día me dijo: “Te regalo el amor que yo tengo por las almas”.

Y añadió: Consolata, tú piensa solo en amar. Nosotros pensamos en todo. ¡Si conocieses el valor de un acto de amor y qué fecundo es para la salvación de las almas! No temas, vivirás siempre bajo mi manto. Salvaremos muchas, muchas almas y después gozaremos de Dios eternamente.