El beneficio que reporta el corregirse

Al hacer la corrección fraterna se han de vivir una serie de virtudes, sin las cuales no sería una verdadera manifestación de caridad. «Cuando hayas de corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar..., y con ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas». Como Cristo la practicaría si estuviera ocupando nuestro lugar, con la misma delicadeza, con la misma fortaleza.

A veces, una cierta animosidad y falta de paz interior nos puede llevar a ver, en otros, defectos que en realidad son nuestros. «Debemos corregir, pues, por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda (...). ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras bien»

La humildad nos enseña, quizá más que cualquier otra virtud, a encontrar las palabras justas y el modo que no ofende, al recordarnos que también nosotros necesitamos muchas ayudas parecidas. La prudencia nos lleva a hacer la advertencia con prontitud y en el momento más oportuno; nos es necesaria esta virtud para tener en cuenta el modo de ser de la persona y las circunstancias por las que pasa, «como los buenos médicos, que no curan de un solo modo», no dan la misma receta a todos los pacientes.

Después de avisar a alguien con la corrección, si parece que no reacciona, es preciso ayudarle todavía un poco más con el ejemplo, con la oración y mortificación por él, con una mayor comprensión.

Por nuestra parte, hemos de recibirla con humildad y silencio, sin excusarnos, conociendo la mano del Señor en ese buen amigo, que al menos lo es desde aquel momento; con un sentimiento de viva gratitud, porque alguien se interesa de verdad por nosotros; con la alegría de pensar que no estamos solos para enderezar nuestros caminos, que deben conducir siempre al Señor. «Después que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no solo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerle ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; quien es verdaderamente humilde tiene a honra someterse a todos por amor a Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que Él se haya servido».

Acudamos, al terminar nuestra oración, a la Santísima Virgen, Mater boni consilii, para que nos ayude a vivir siempre que sea necesaria esta muestra de caridad fraterna, de amistad verdadera, de aprecio sincero por aquellos con quienes nos relacionamos más frecuentemente.


Meditación diaria