Visitad a Jesús, que está triste y solo en el tabernáculo —Prado Nuevo


Mensaje del día 5 de enero de 2002, primer sábado de mes

PRADO NUEVO (EL ESCORIAL)

La Virgen:  
Hija mía, una vez más estoy entre vosotros como Madre de todos los hombres. Vengo, hija mía, a buscar alivio en mi Corazón. En este lugar, alivian mucho mi Corazón tantas y tantas avemarías. Los hombres están abismados en el mundo, en la tiniebla, y se introducen en el pecado. Por eso quiero que aliviéis mi Corazón, hijos míos, porque todas las fiestas aumenta más el pecado y el dolor de mi Corazón. Los hombres, cada día están más metidos, hija mía, en los placeres del mundo.
El Señor:  
Sí, hijos míos, yo grito tiernamente a mis almas: «No os introduzcáis en el pecado; velad, orad, para que la tentación se aleje»; y vosotros no escucháis mi voz. Yo llamo a mis esposas con una voz tierna. A mis queridos sacerdotes, a todos mis hijos les grito: «¡Sed fieles, hijos míos!». Y vosotros cerráis los oídos a mis palabras. Os hablo con ternura, pero no tenéis compasión de nuestros Corazones. El pecado de la carne, hijos míos, Satanás lo saca en triunfo.
¡Ay, qué ingratitud la de los hombres!; los llamo con ternura, estoy en el tabernáculo por su amor; todo lo di por ellos y todo lo realicé por ellos: el sacramento de la Eucaristía, mi Iglesia... Y ¿qué hacéis, hijos míos, con tantas y tantas gracias que os he otorgado para vuestra salvación? Mis llamadas son inútiles, hijos míos, mi mensaje lo rechazáis, estáis sordos y ciegos. ¿Hasta dónde queréis llegar? La misericordia de todo un Dios está agotándose. ¡Qué ingratos son los hombres! Mira nuestros Corazones, hija mía.
Luz Amparo:  
¡Ay, Señor, ay!
El Señor:  
Todas estas espinas, hija mía, están clavadas tan profundas, que no pueden moverse, hija mía; sólo si los hombres hacen amor..., sus actos todos dirigidos a la Divina Majestad de Dios. Actos de amor, hijos míos, son los que quiero; amor puro, sincero; no amores pasionales, amores carnales, amores que destruyen al hombre.
Tened piedad, hijos míos, de nuestro Corazón. Los hombres están llegando como cuando Sodoma y Gomorra, hijos míos; nada es pecado, hijos míos. Los hombres están fríos como témpanos de hielo; por eso quiero, hija mía, que hagáis actos de amor y de reparación por tantas y tantas ofensas que se cometen contra nuestros Corazones, aun de aquéllos que dicen que me aman y que son míos, pero que la pasión les puede. Y mira nuestros Corazones rodeados de dolor y de espinas. Vengo a este lugar para que los hombres alivien nuestros Corazones.
Luz Amparo:  
¡Qué tristeza, Dios mío! ¡Oy! ¿Qué puedo hacer, Señor, ante este dolor, ante esta incomprensión de los hombres?
El Señor:  
Echa el rostro en tierra, hija mía…
¡Hay tanto mal en el mundo, hija mía!... Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbranos, Señor Eterno, de las asechanzas de Satanás.
El hombre está junto a las asechanzas.
Luz Amparo:  
¡Dios mío, Señor, Señor!...
El Señor:  
La oración, hija mía, el sacrificio, la humillación, es tan importante en la vida, hija mía; que el hombre no se humilla ante Dios.
Hijos míos, os pido humildad, penitencia y sacrificio. Los hombres se han olvidado de orar con una oración sincera que salga de lo más profundo del corazón
Repara, hija mía, los pecados que han ofendido tan gravemente en estos días nuestros Corazones…
Luz Amparo:  
Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a nuestros ofensores. No nos dejes caer en tentación. Líbranos de todo mal…
El Señor:  
Haced bien la oración, hijos míos, pausada y sincera.
Levántate, hija mía…
Quiero actos de reparación, hija mía, y los hombres: que aprendan a ser humildes. Orad, hijos míos, la oración en familia es muy importante; en comunidades…
Consolad nuestros Corazones, ¡están tan afligidos por los hombres! Mira, hija mía, otra vez más, cómo dejan mi rostro los pecados de los hombres…
Luz Amparo:  
¡Dios mío! ¡No pareces Tú, Señor!
El Señor:  
Los hombres son tan ingratos que no miran el dolor de todo un Dios por sus criaturas.
Luz Amparo:  
Dios mío..., te amo por los que no te aman, te glorifico por los que no te glorifican, me sacrificaré por los que no se sacrifiquen.
El Señor:  
Hijos míos, acercaos a la Eucaristía, al sacramento de la Penitencia; visitad a vuestro Jesús, que está triste y solo en el tabernáculo.
Luz Amparo:  
¡Ay, Señor, qué dolor! ¡Ay, cuánto dolor...! Decidme, Señor, ¿qué puedo hacer?
El Señor:  
Sé humilde, hija mía.
Luz Amparo:  
¡Cuánto dolor siente mi corazón, Señor!
El Señor:  
Oración pido, oración que salga de lo más profundo del corazón, que no sea una oración mecánica; que los hombres mueven, hija mía, los labios, pero el corazón no lo ejercitan.
Luz Amparo:  
¡Ay, Señor! Te amo, Señor, te amo. Te amo, Señor. Señor, ¡ay!, ¡si yo pudiera quitarte todas esas espinas, Señor, y yo pudiera aliviarte un poco! Señor, ¿qué tengo que hacer para poder aliviar tu Corazón?
El Señor:  
Sé obediente, hija mía. Eres instrumento de Dios, de reparación. Humildad te pido.
Luz Amparo:  
Haz de mí lo que quieras, Señor. ¡Ay, Dios mío, ay, cuánto dolor, Señor! Vamos a orar, Señor:
Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan de cada día. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a nuestros ofensores. No nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo. Bendita Tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
¡Ay, qué dolor! ¡Qué dolor, Señor!; ¿no se podrá quitar ninguna espina? ¡Ay!, a ver si pudiera quitar alguna espina de tu Corazón. ¡Ay..., no se puede, Señor! ¡Ay, ay, qué duras!
El Señor:  
Sólo la oración, hija mía, podrá sacarlas. Di a los hombres que consuelen mi Corazón con la oración.
Luz Amparo:  
¡Ay..., Dios mío! ¡Ay, Dios mío, Dios mío, ay, qué dolor...!
El Señor:  
Pues las almas, hija mía, no se enternecen ni ante este cuadro de dolor, ni ante la Sangre derramada por ellos. Las leyes las ponen los hombres y las cumplen a su antojo.
Luz Amparo:  
¡Ay..., Dios mío! ¡Te amo, Señor!
El Señor:  
Sólo pido, hijos míos, a los padres: educad a vuestros hijos en el santo temor de Dios, hijos míos. No los dejéis que se introduzcan en el mundo, donde el demonio y la carne los arrastra. Velad por ellos, padres; ¡tendréis que dar una cuenta muy especial ante Dios por vuestros hijos! Esposas, sed sumisas a vuestros esposos. Esposos, amad a vuestras esposas. El demonio se ha apoderado de los hogares porque las esposas no son humildes y los hijos no respetan a los padres. Las familias están desunidas, porque la madre no es sumisa al esposo, y destruyen los hogares con su mal ejemplo, hija mía. Que la mayoría de los hogares están destruidos, porque no se respetan unos a otros. Empiezan los hijos por no respetar a los padres, y las esposas por no respetar a los esposos.
Los hombres sólo se quedan en la imagen del tiempo sin querer alcanzar la eternidad. No hay paz ni armonía entre las familias. En el mundo está reinando Satán. Muchas almas consagradas se han marchitado. ¡Hay tan pocos lugares donde poder refugiarnos! Por eso pido, hijos míos: amaos unos a otros, respetaos, enseñad a los hijos la unidad de los esposos. Dad buen ejemplo de santidad en vuestros hogares, para que vuestros hijos sean igual a vosotros. Pero, ¿qué habéis hecho de los hogares, de los conventos?
El mundo está precipitándose hace tiempo en un abismo que sólo Dios puede sacarlo. Si el hombre no mira a Dios, el mundo será destruido por la falta de amor entre los hombres. ¡Orad!
Y tú, grita, hija mía, que oigan mi voz, que no se hagan los sordos. No puedo darles más, hija mía. Pisotean las gracias, rechazan mi amor, y ponen ellos las leyes a su antojo. ¿En qué lugar están dejando a todo un Dios? Amad a la Iglesia con todo vuestro corazón, hijos míos. Amad al Santo Padre. Orad por los sacerdotes y los obispos, que cada uno seca... (Admiración de Luz Amparo y palabras ininteligibles en voz muy baja) sepa cumplir con el ministerio que le corresponde, para agradar a Dios y conquistar a las almas. Aliviad nuestros Corazones, hijos míos. Cada avemaría vuestra llegará al Cielo y también aliviará a las almas del Purgatorio.
Acudid a este lugar, hijos míos, recibiréis gracias para vivir en gracia. No os abandonéis en los sacramentos. Acercaos diariamente a la Eucaristía. Fortaleceos de mí, hijos míos. Mi Cuerpo es una verdadera comida y una verdadera bebida; alimentaos de él, hijos míos. E instituí la Eucaristía por amor a vosotros. No me abandonéis, hijos míos, que muchas veces estoy triste y solo esperándoos... una visita de vosotros, hijos míos.
La Virgen:  
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores…
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.