Cómo pasar el Purgatorio en la Tierra





—Si le pidiéramos a Jesús pasar nuestro purgatorio aquí en la tierra, ¿accedería a nuestra petición?

—No debería decir que siempre, pero a menudo sí. Sucede.

Conozco el caso de un sacerdote y una señora que se encontraban en el mismo hospital. Ambos estaban muy enfermos, pero así y todo podían levantarse y charlar. Salían fuera a menudo y llegaron a conocerse bastante bien. La señora, que no era mayor, le dijo al sacerdote que le había pedido a Jesús exactamente eso; poder sufrir lo suficiente aquí para poder ir al Cielo directamente. A lo que el sacerdote le respondió: "Yo no me atrevería pedir algo así. Sería como demasiado audaz". "No", replicó la mujer, "si se lo pido a mi Jesús, confío en que Él me concederá este deseo".

Una hermana religiosa del hospital conocía a ambos y había oído varias veces lo que había dicho esa mujer. Entonces, sucedió que esta señora más joven murió primero, y al poco tiempo falleció también el sacerdote. Poco después, se le apareció el sacerdote a la religiosa y le dijo que si hubiera tenido tanta confianza y hubiera sido tan devoto como la mujer, él también se hubiera ido directo al Cielo sin pasar por el purgatorio.

—¿Se castigan a ciudades o naciones enteras o, como usted prefiere decirlo, Dios les pide reparación por sus pecados pasados?

—Sí, así es.

—Entonces, sí todas las personas de Occidente confesaran sus pecados y continuaran rezando y reparando, y haciendo buenas obras por sus familiares difuntos, ¿disminuiría drásticamente la reparación que usted dice que Dios va a enviarnos pronto? ¿Lo he entendido correctamente?

—Sí, es así de cierto y de sencillo. Que recen y se confiesen, y luego que recen también por sus familiares difuntos y que ofrezcan buenas obras por ellos. Entonces Dios disminuirá la reparación que tiene planeada y que vendrá sin que nadie tenga antes ningún conocimiento previo.

—Cuando se le presenta el alma de algún sacerdote, ¿qué sucede María al no tener familia que haga sufragios por ellas al morir?

—Me tienen a mí. Cuentan con buenos amigos, y yo soy uno de ellos.

—¿Aún aquellos que no la han conocido personalmente?

—¡Por supuesto! Haré por ellos lo que sea necesario.

—¿También aceptaría algún sufrimiento?

—Mmm...

—María, ¿desea hablar sobre esto?

—Jesús nunca nos da más de lo que podamos soportar.

Hace ya mucho tiempo, se apareció un sacerdote y me dijo que si aceptaba tres horas de sufrimiento le evitaría veinte años de purgatorio. Acepté porque mi confesor me había aconsejado asumir todo lo que se me pidiese, y siempre lo hago. Pronto sentí un dolor que abarcaba de tal manera cada milímetro de mi cuerpo que me quedé inmóvil y sin darme cuenta de dónde estaba. Pero tenía una gran alegría en mi corazón, porque sabía claramente lo que esto significaría para el sacerdote. Sin embargo, después de un tiempo, pensé que debían de haber pasado tres días en lugar de tres horas. Y de la misma manera repentina como había llegado se fue el dolor y me di cuenta de que, por supuesto, no me había movido de donde estaba en todo ese tiempo. Cuando miré el reloj comprobé que habían sido tres horas exactas hasta el último minuto.

En otras ocasiones se trata de un dolor localizado. Una vez, por ejemplo, comenzó a dolerme el brazo derecho durante un largo tiempo y no importaba lo que hiciera o cómo lo pusiera, seguía doliéndome. Resultó ser por un alma que había administrado mal el testamento de otra persona y, por supuesto, eso conllevaba el brazo y la mano con la que escribía y trabajaba.

Cuando aceptamos nuestros sufrimientos por amor de Dios todo es posible; y entonces, producen los mejores frutos. El sufrimiento, en otras palabras, la cruz sin amor, pesa demasiado; pero el amor sin cruz no existe.

—¿Le dicen cuánto tiempo durará?

—No, nunca, salvo esa vez. Esa es la peor parte: no saber cuánto tiempo va a durar, pero aquella vez fueron tres horas.

—¿Esto tiene lugar de manera regular o sucede más durante ciertos tiempos?

—Siempre acepto lo que me piden, pero durante Cuaresma, por ejemplo, me hacen saber de su presencia de una manera muy intensa a través de sufrimientos que acepto por ellas. En otras ocasiones, cada vez que lo solicitan.

—¿Sigue aceptando estos sufrimientos en estos días, con tanta frecuencia como en los primeros años?

—No, ahora son menos que antes porque últimamente he viajado mucho más para dar conferencias que al principio y esto también ayuda mucho a las almas.

—Cuando era joven, ¿pensó alguna vez que viajaría por las ciudades de Europa dando conferencias en amplios salones llenos de gente?

—¡Nunca! Me hubiera reído mucho y me hubiera asustado de solo pensarlo. Pero Dios me da ahora la fuerza y el coraje para hacerlo y estoy convencida de que producen muchos buenos frutos, y le estoy muy agradecida por esto.

—¿Ha sentido la angustia y el miedo como el que sufrió Jesús en Getsemaní?

—No, hasta el momento eso no me ha sucedido.

—Esta equivalencia, tres horas por veinte años, como ha dicho, ¿es siempre la misma o a veces difiere?

—Es totalmente diferente en cada caso. Eso se debe a que existen infinitos niveles de purgatorio. Una bendita ánima del purgatorio me dijo que diez años de purgatorio leve son mucho más fáciles de soportar que dos días del más profundo. Además, no debemos pensar que un alma ha de subir lentamente por los niveles de uno en uno para finalmente llegar al más alto. Pueden ir desde el más profundo directamente al Cielo.

—¿Cree que los sufrimientos que ha aceptado voluntariamente son similares a los del purgatorio?

—Sí, creo que sí. Una vez que desaparecen los dolores, en mi cuerpo no queda ninguna cicatriz ni secuela. Eso significa entonces que se producen enteramente en el ama, y eso me hace pensar que son muy similares.

—Si vemos a alguien con muchos dolores, ¿podemos intervenir y ofrecer a Dios nosotros ese dolor por ellos?

—Sí, pero no cuenta tanto como cuando es la misma persona que sufre quien lo ofrece.

—Y si se trata del propio dolor, y uno lo hace bien durante un tiempo pero luego pierde la paciencia, y más tarde lo ofrece al Cielo, ¿tiene esto valor?

—Sí, pero no tanto como haciéndolo en todo momento hasta que desaparezca.

—Si una persona ofrece todos sus sufrimientos futuros a Dios sabiendo que cuando lleguen puede encontrarse debilitado ¿tiene esto el mismo valor que hacerlo mientras los sufre?

—Sí. Dios acepta nuestra sinceridad cuando se la ofrecemos a Él.

—Si alguien sufre y no se lo ofrece a Dios, ¿se pierde el valor del sufrimiento?

—Sí, se pierde, si se trata de que esa alma llegue al Cielo más rápido; pero si ese sufrimiento es para reparar algo del pasado, como suele ocurrir con más frecuencia, entonces sí sirve, por supuesto. Con nuestra ayuda o sin ella, Dios lo permite. Él es puro amor y sabe perfectamente qué es lo mejor para nosotros.

—¿Qué más puede decir del dolor?

—En segundo lugar, después de la vida y del tiempo que tenemos para hacer el bien, el dolor es el regalo más grande de Dios. Mientras sufrimos aquí recibimos las gracias para hacer buenas obras; pero una vez que nos encontramos en el purgatorio eso se acaba para siempre. El sufrimiento es siempre reparador, y debemos confiar en el señor que lo permite para nuestro bien y para su gloría.

Existe una gracia enorme asociada al sufrimiento que me gustaría resaltar. Cuando sufrimos, se da el encuentro de las personas y de los corazones. Al sufrir, el otro viene a ser el más importante y sin el sufrimiento la mayoría tiende a pensar primero en sí mismo. Es uno de los grandes problemas de Occidente y con la reparación con que pronto Dios le pedirá cuentas, las personas se encontrarán de nuevo unas a otras en el dolor. Esto será bueno y hará aflorar lo mejor de cada uno, mientras que ahora piensan solo en una casa nueva o en un coche más grande. Será un proceso de purificación, y lo que en un principio podría considerarse un desastre terminará siendo una gracia y un inmenso don de Dios.

—Cuando el sufrimiento viene de Satanás, ¿debemos comportarnos de forma diferente que cuando viene de Dios?

—Todo sufrimiento viene de Dios, aún si permite que suframos a manos del diablo. Sin embargo, si reconocemos que viene de él, es nuestro deber llevar a esa persona a un exorcista. Cuando el dolor venga directamente de Dios, el exorcista no podrá hacer nada. Algunas personas dicen: "¡Espero que Dios no me ame demasiado!". Sé de una madre que le dijo a un hijo que estaba preparándose para el sacerdocio: "Dile a Dios que puede hacer lo que quiera contigo". A lo que él respondió: "¡Oh, no! Entonces me pedirá demasiado". No es cierto, podemos estar seguros de que Dios nunca nos pide más de lo que podemos ofrecerle.

—Como hay muchos tipos de personas, y como no se puede subestimar lo que cada uno pueda llegar a pensar, hay quien podría decidirse a pedir a Dios sufrimientos extraordinarios. ¿Sugeriría que se hiciera algo así?

—No, de ninguna manera. Quien vive en el mundo y tiene otras personas bajo su responsabilidad no debe hacerlo porque de un modo u otro ya le llegarán esos sufrimientos. Pedir voluntariamente sufrimientos extraordinarios es para aquellas personas que llevan una vida de clausura, que solamente son responsables de sí mismas y siempre tienen ayuda a su alrededor. Ellas pueden pedirlo pero el resto no debería hacerlo. En mi caso, yo nunca lo he pedido, pero lo acepté por las almas del purgatorio. Y elegí no tener una familia para poder ofrecer toda mi vida a ellas. Por eso, mi caso es diferente al de la mayoría de las personas.

—Ya sea de los vivos o de los difuntos, ¿existe algún asunto o algún pecado por el cual ha tenido que sufrir más? Y si lo hay, ¿cuál es?

—De ambos, entre los vivos y las almas del purgatorio, ese asunto sería ciertamente la Comunión en la mano.

—¿Ha pensado alguna vez en no hablar de este tema con tanta frecuencia?

—No. Es el deber que me ha dado Dios: contar a los demás sobre el purgatorio y también es mi obligación incluir sinceramente todo lo que las benditas ánimas del purgatorio me han dicho acerca de la situación de la Iglesia. ¡¿Cómo podría dejar pasar estas cosas solamente por comodidad cuando la situación de la Iglesia, tal y como me han dicho las almas tan frecuentemente, es la peor desde sus comienzos?! ¡Entonces no sería verdaderamente amiga de las almas!

Recientemente, me invitaron de una parroquia a dar una charla y cuando el párroco me llamó, me dijo que había un único tema que no quería que se tratara. Cuando le pregunté cuál era, respondió: "La Comunión en la mano". Les pregunté a las almas qué debía hacer y ellas me dijeron: "Sin incluir toda la verdad no habrá ninguna conferencia". Y esto mismo le dije al párroco.

De igual manera no autorizaré ningún libro o artículo sobre mí si aquellos que lo publican eligen obviar el tema de la Comunión en la mano.

—Por lo que veo en su salón y por las veces que ha sonado su teléfono, parece que debe recibir muchas cartas y muchas pero muchas llamadas telefónicas. ¿Alguna vez ha contado cuántas cartas o cuántas llamadas telefónicas recibe al día?

—No, pero el otro día el jefe de la oficina de correos se reía porque recibí 73 cartas.
Y el párroco, el padre Bischof, me dijo recientemente que la compañía telefónica había comentado que recibo más llamadas que el número de emergencias de Feldkirch.

—Además del jefe de correos, María, ¿quién es su mejor amigo aquí en la tierra? (risas)

—¡Es, por supuesto, mi director espiritual!

—¿Y quién es su segundo mejor amigo?

—Cualquier persona que sea honesta y que diga las cosas como realmente son.

—María, aunque lo lamento mucho, me he quedado sin más preguntas que hacer. Gracias a Dios y gracias de corazón también a usted por haberme permitido molestarle tanto durante estos dos días. Pero antes de irme, ¿podría contarme solo un incidente más en el cual las almas ayudaron a alguien e hicieron algo inusual poniendo énfasis en su gran necesidad?

—No me ha molestado, fue un placer responder a sus muchas preguntas tan inteligentes. También yo agradezco a Dios y a usted por ellas. Y con respecto a lo que pide, déjeme pensar un minuto. Espíritu Santo, por favor ilumíname. Ah, sí.

Recientemente, dos hermanas de un pueblo cercano vinieron a verme para preguntarme qué necesitaba su padre difunto para ir al Cielo. Como siempre, yo estaba contenta de tomar la hoja con su nombre, además del año de su nacimiento y el de su muerte. Luego, una de las hermanas dijo con voz severa que si la respuesta que recibían tenía que ver de alguna forma con dinero ellas no participarían. Les dije que eso era asunto suyo, no mío, pero que si querían una respuesta yo estaría muy contenta de conseguirla. Y se fueron a su casa.

Pasaron dos semanas y recibí, por medio de otra alma, una respuesta sobre este nombre. Les hice saber a las hermanas que ya tenía la respuesta para que vinieran a buscarla. Vinieron, y la respuesta decía que su padre necesitaba que se celebraran siete misas para poder ser enviado al Cielo. Partieron sin decir nada, tras dar las gracias cortésmente. Tiempo después, vino a visitarme otra mujer de ese mismo pueblo por un asunto totalmente distinto, pero sucedió que era vecina de aquellas dos hermanas. Tras conversar de sus cosas, le pregunté qué era de estas dos mujeres. Respondió: "¡Oh, les está yendo muy bien ahora! Estaba precisamente con ellas cuando discutían por la carta que usted les envió preguntándoles por qué permitían que su buen padre siguiera sufriendo. Estaban impresionadas por lo que estaban leyendo. ¡¿Cómo era posible que usted supiera que todavía no habían celebrado las misas por su padre?! Después de recibir la carta, corrieron a la parroquia para hacer que se celebraran".

Yo no dije nada y la mujer siguió su camino. ¿Puede creérselo, Nicky? Yo nunca escribí ninguna carta.

—¡Dios mío! ¡Es asombroso!

—¡Sí! Las almas son una maravilla. Aconsejo a todos que comiencen a rezar por ellas y no pasará mucho tiempo sin que las almas se involucren y comiencen a socorrer a sus amigos de formas que les dejarán asombrados.

—María, como conclusión, ¿qué le gustaría decir al mundo si le dieran la oportunidad?

—Solamente que, como ya he dicho antes, las almas del purgatorio me han comentado que la Iglesia se encuentra en el peor estado de su historia. Pero también me han informado de que la situación mejorará y que tengamos esperanza; vendrán tiempos pacíficos. Antes de esto, sin embargo, habrá una gran tormenta, sobre la cual Nuestra Madre no desea que nos preocupemos, ni que pensemos en ella o andemos con suposiciones.

Dios siempre cuida a sus hijos. Esta gran tormenta incluirá las profecías de La Salette, que anuncian que algo que nunca antes hemos visto se acerca a nosotros, aquellas de Fátima y también incluirá la advertencia de Garabandal y los secretos guardados por los "niños" de Medjugorje.

Para terminar, me gustaría contarles lo que Nuestra Santísima Madre y la Madre de Jesús nos recomienda al respecto. Orar, y pronto, por la paz del mundo, para que lleguen a todos nuestros hermanos y hermanas el amor y el perdón de Dios, que son inconmensurables.

—Me parece que debe haber una enorme cantidad de personas que le piden que rece por ellas: si es así, ¿qué hace por ellas? No creo que pueda rezar un rosario completo o asistir a

una santa misa por cada uno de estas personas. ¿Hay alguna oración en especial que ofrece por ellos?

—Sí, hay una. Las almas me sugirieron que rezara lo siguiente por ellos: "Gloría, Alabanza, Gratitud y Adoración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén".

—María, ¿qué ha sido exactamente lo que ha aprendido a lo largo de todas estas décadas de experiencias verdaderamente extraordinarias?

—¡He aprendido a amar a Dios con toda mi alma!


Entrevista a María Simma, `Sáquennos de aquí´