Unirse a Dios en los momentos más costosos



Cuando sentimos el peso de la Cruz, el Señor nos invita a ir a Él. «Venid, no para rendir cuentas... No temáis al oír hablar de yugo, porque es suave; no temáis si hablo de carga, porque es ligera». Y entonces, junto a Cristo, se vuelven amables todas las fatigas, todo lo que puede haber de molesto y difícil en nuestras vidas. El sacrificio, el dolor junto a Cristo no es áspero ni agobiante, sino gustoso. «Todo lo duro... lo hace llevadero el amor (...). ¿Qué no hace el amor? Ved cómo trabajan los que aman: no sienten lo que padecen, aumentan sus esfuerzos según aumentan las dificultades».

La unión con Dios a través de las adversidades, de cualquier género que sean, es una gracia de Dios que está dispuesto a concedernos siempre; pero, como todas las gracias, exige el ejercicio de la propia libertad, nuestra correspondencia, el no desechar los medios que pone a nuestro alcance, de modo singular el saber abrir el alma en la dirección espiritual si en alguna ocasión la Cruz nos pareciera más pesada. «No es lo mismo un viento suave que el huracán. Con el primero, cualquiera resiste: es juego de niños, parodia de lucha.

»—Pequeñas contradicciones, escasez, apurillos... Los llevabas gustosamente, y vivías la interior alegría de pensar: ¡ahora sí que trabajo por Dios, porque tenemos Cruz!...

»Pero, pobre hijo mío: llegó el huracán, y sientes un bamboleo, un golpear que arrancaría árboles centenarios. Eso..., dentro y fuera. ¡Confía! No podrá desarraigar tu Fe y tu Amor, ni sacarte de tu camino..., si tú no te apartas de la “cabeza”, si sientes la unidad»

El Señor nos espera en el sagrario para animarnos y alentarnos siempre... y para decirnos que lo más pesado de la Cruz lo llevó Él, camino del Calvario. Junto a Él aprendemos a llevar con paz y serenidad aquello que nos resulta más costoso y difícil: «Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose. Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey, Él es quien nos ha de salvar”.

»—Rézala devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los designios de la Providencia, que nos gobierna para nuestro bien».

De la persecución que padecieron aquellos primeros fieles en la fe surgieron nuevas conversiones en lugares inesperados. De las dificultades y contradicciones que el Señor permitirá en nuestra vida nacerán incontables frutos de apostolado, nuestro amor se hará fuerte y delicado, y nuestra alma saldrá más purificada de esas pruebas, si las hemos sabido llevar con serenidad y cerca de Cristo. Al terminar nuestra oración le decimos al Señor que queremos buscarle en todas las circunstancias –profesionales, de edad, salud, ambiente...–, favorables unas y otras adversas, y en medio de las dificultades interiores o exteriores que tengamos.

«A la hora del desprecio de la Cruz, la Virgen está allá, cerca de su Hijo, decidida a correr su misma suerte. —Perdamos el miedo a conducirnos como cristianos responsables, cuando no resulta cómodo en el ambiente donde nos desenvolvemos: Ella nos ayudará».


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