Cacería del Vaticano contra los cristianos —Mons Huonder

Persecución interna en la Iglesia

A través de sus declaraciones, el Papa Benedicto XVI hace referencia a un hecho que lamentablemente preocupa hoy a toda la Iglesia, y que debe incluirse en la descripción de la situación eclesial actual: la persecución dentro de la Iglesia. Al igual que San Basilio el Grande (+379) que se lamentaba en la época del arrianismo, también nosotros debemos admitir hoy:

“Una persecución nos ha sobrevenido, venerables hermanos, se puede decir que es la más violenta de las persecuciones. Se persigue a los pastores para que se disperse el rebaño: y lo peor es que las víctimas no experimentan sus sufrimientos con la conciencia de ser mártires, como tampoco el pueblo venera como mártires a los combatientes, porque los mismos perseguidores se llaman a sí mismos 'cristianos'. La fiel observancia de las tradiciones de los Padres es ahora terriblemente castigada como un crimen. Aquellos que temen a Dios son expulsados ​​de su patria y exiliados a lugares desiertos. Los jueces inicuos ya no respetan las canas, ni la observancia de la religión, ni el andar según el Evangelio al que se ha permanecido fiel desde la juventud hasta la vejez... Les escribimos esto, aunque ustedes ya lo saben muy bien; no hay un solo lugar en la tierra donde no se conozcan ya nuestras desgracias” (Epístola 243).

Así se expresaba San Basilio.

Sí, esta descripción del santo Padre y Doctor de la Iglesia puede realmente aplicarse, casi de manera idéntica, a la situación eclesial actual.

Las medidas contra la liturgia tradicional que se han tomado recientemente, con Traditionis Custodes, Desiderio Desideravi y las ordenanzas que las acompañan, no son más que una cacería contra los fieles que reconocen, con justa razón, en esta liturgia, el verdadero y prístino culto de la Iglesia romana. Se ignora descaradamente el hecho de que tienen derecho a recibir los sacramentos en esta forma que se ha transmitido durante siglos. Es el mismo descaro que prevaleció después del Concilio y que tanto sufrimiento causó.

Una pregunta al Papa

Me gustaría hacerle una pregunta al Papa. Sí, ¿qué me gustaría preguntarle al Papa si me recibiera? Me gustaría preguntarle por qué le quita el pan a los niños.

¿Qué le incita a dejar que se mueran de hambre? ¿Qué le incita a dejarlos perecer? Porque tienen derecho a este alimento –insisto: a este alimento– insisto: tienen derecho. Es el alimento del que sus padres se alimentaron y les transmitieron. No es su propia receta. No lo compusieron ellos mismos, por así decirlo, a su antojo. Lo aceptaron de quienes lo transmitieron fielmente. ¿Por qué el Papa se los quita y deja que se mueran de hambre? ¿Por qué quiere administrarles a la fuerza algo que les es ajeno? Nuestro Señor dijo: “Un padre de familia no le da a su hijo una piedra cuando le pide pan, una serpiente cuando le pide un pescado, o un escorpión cuando le pide un huevo” (cf. Mt 7,9). y Lc 11,11-12). Pero aquí ni siquiera se trata de que el Papa les esté dando algo, sino de que deje algo a sus hijos, algo que es vital para ellos: el santo sacrificio de la Misa de los Padres.

Cuando Monseñor Lefebvre fue recibido en audiencia por el Papa Pablo VI en 1976, le hizo la siguiente petición: “¿No sería posible autorizar en las iglesias una capilla donde las personas puedan acudir a rezar como lo hacían antes del Concilio? Hoy se permite todo a todo el mundo; ¿por qué no permitirnos también algo a nosotros?” No se trataba entonces de un deseo extravagante. Tampoco se trata hoy de algún deseo fantasioso. Se trata de la fe, de la posesión más preciosa de nuestra fe. Se trata realmente de nuestro alimento, del pan para sobrevivir.

Por eso vuelvo a hacer la pregunta: ¿por qué el Papa le quita el pan a los niños? ¿Qué lo impulsa a dejarlos morir de hambre, a dejarlos perecer?

Justicia y gratitud

Vuelvo al 9 de enero de 2015, a la carta romana donde se me pedía iniciar un diálogo con los representantes de la Fraternidad San Pío X. A pesar de las circunstancias adversas, cumplí este mandato y lo sigo cumpliendo. Terminaré, pues, con una petición dirigida a las autoridades de la Iglesia: pido justicia para la Fraternidad San Pío X. El estudio de su situación exige esta petición. La Iglesia debería disculparse con esta Fraternidad, como lo ha hecho en otros casos. Como lo ha hecho incluso en casos de tumbas fantasma. No se trata aquí de fantasmas, sino de personas vivas, de almas que tienen derecho a la asistencia pastoral que la Iglesia les concedía antes del Concilio, y que sigue siendo un derecho permanente incluso ahora. No es un privilegio ni un indulto, es un derecho.

Sería también oportuno que las autoridades eclesiásticas, con estas disculpas, expresaran su agradecimiento por el trabajo realizado por la Fraternidad, y su agradecimiento sin reservas por esta obra auténticamente católica.